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capítulo 8 (comentario)

texto: capítulo 8

En el espíritu es donde se fragua todo lo que ha de suceder. Por eso el que vive en el espíritu se siente seguro. Pero el espíritu no puede vivir de espaldas a la realidad material, sino que tiene que conjugarse con ella. Éste es el principio de la sabiduría.
En este diálogo materia-espíritu, el lenguaje tiene una función importante. Una sabiduría expresada lingüísticamente puede llegar muy lejos, siempre que la expresión vaya acompañada de la vivencia real.
Circunstancias concretas pueden llevar a un hombre a escribir, pero si el resultado de lo que escribe no llega mucho más lejos que su experiencia vital y su intención concreta, entonces ese hombre no habrá dado ningún paso en el camino de la sabiduría.
Pero cuando las circunstancias materiales son sólo un punto de apoyo para poder alzarse, y se alcanza a vislumbrar esa Luz que da sentido a todas las cosas sin excepción, entonces ya no conviene detenerse demasiado en las causas de las palabras pronunciadas, sino más bien servirse de ellas para impregnarse del torrente de Luz que despiden.

Los libros de sabiduría, en los que se recoge la búsqueda sincera de la Verdad y el hallazgo consiguiente, no son nunca libros de historia, ni se debe intentar concluir a partir de ellos ninguna ideología, pues lejos está todo eso de la intención primera.
Desde la Biblia en occidente hasta los libros de sabiduría oriental, la razón científica podrá ilustrarlos en lo anecdótico, pero la verdadera sabiduría que encierran no podrá nunca llegar al corazón por ese medio, sino exclusivamente por la resonancia espiritual, que traspasa todo razonamiento por sensato que pudiera ser.
La sabiduría humana a la divina se oponen esencialmente. La sabiduría humana no puede obviar ningún paso racional sin debilitarse, pero la sabiduría divina es como el arco y la flecha, describe una parábola desde la boca de Dios hasta el corazón del hombre sin otro apoyo que el primer impulso.

Las circunstancias específicas, ya sean culturales, sociales o personales de Lao Zi al escribir el Dao-De-Jing, son muy importantes para el traductor que quiera ser fiel a las palabras del viejo maestro, pero el alcance del mensaje habrá de estar muy por encima de todos estos condicionantes, pues de lo contrario ese libro quedaría reducido a un simple anecdotario.
Es bueno y hasta sublime buscar la resonancia de las palabras en el propio espíritu, y devolverlas renovadas desde el interior, siempre y cuando no se caiga en el error de afirmar “esto es lo que Lao Zi quiso decir”, sino más bien “esto es lo que las palabras del maestro sacan de mí al resonar con mi espíritu”.
Pues no es la Luz propiedad del maestro Lao Zi, sino de Dios.

texto: capítulo 8

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