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capítulo 25 (comentario)

texto: capítulo 25

Descubrir el Tao e intuir la existencia del Cristo son dos cosas paralelas. Ambas se expresan de manera muy similar, y ninguno de los dos descubrimientos puede ser algo revelado exteriormente, sino que sólo cuando proceden de una visión interior pueden ser hallazgo de la Verdad eterna. Yo no los identifico, sino que ilumino su paralelismo.

El Cristo (al igual que el Tao) es desde el principio de los tiempos, y por Él todo fue creado. Está en el interior de cada cosa del universo. Si no lo estuviera, nada se sostendría, ya que nada tiene apoyo en sí mismo. Es el tesoro del justo y el soporte del injusto: No es excluyente sino universal, signo de la perfección divina.

Las palabras hermosas y la honestidad no necesitan previamente haber derrotado al mal para poder ser eficaces. Todo lo bueno que se manifiesta desde el candor traspasa los escudos de acero y las tapias de cemento, y produce el efecto natural sin que ninguna otra cosa pueda evitarlo. El Cristo (al igual que el Tao) no se resiste al mal.

De nada le sirve a un hombre ganar el mundo entero si pierde su alma, de la misma manera que aquél que consiga subirse al trono más alto y ser emperador del mundo con todos sus honores, no conseguirá tanta dignidad ni tendrá tanta estatura como aquél otro que, sin encaramarse a ninguna parte, se mantenga en el Tao.

Desde la antigüedad todos los verdaderos sabios han venerado el Tao (que es algo paralelo a encarnar al Cristo), porque, en el Tao, todo el que busca encuentra, al que llama se le abre, y al que pide se le da. Y al que crea en el Cristo (que es algo paralelo a mantenerse en el Tao) todos los pecados le serán perdonados.

texto: capítulo 25

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