|
El ser humano, en su afán por tener el máximo control sobre las cosas en el menor tiempo posible, utiliza la simplificación de la abstracción. Las cosas que tienen alguna similitud entre sí se agrupan en conjuntos, y los procesos que obedecen a comportamientos cíclicos similares son resumidos en fórmulas estáticas, y de esta manera la visión de la objetividad queda por completo fuera de la propia realidad, y se convierte en subjetiva. Las cosas ya no se observan en ellas mismas, sino que se conciben según una idea previa que se le ha asignado, según su aspecto o su comportamiento. Éste es el principio de la perfecta ignorancia espiritual.
El verdadero sabio no es el que ha acumulado muchos conocimientos en su mente, sino el que ha dispuesto su ser en sintonía con los procesos de la naturaleza y de todo el cosmos. De esta manera es capaz de ver la realidad en sí misma, no a través de unos conceptos previamente elaborados, sino que, para él, cada cosa es irrepetible, y cada acontecimiento es perfectamente único. Esta vinculación con la realidad objetiva le permite la máxima eficacia en todos sus proyectos. Lo grande sólo se puede abarcar por la abstracción, y lo abstracto está muerto. Pero en lo pequeño siempre hay vida, por eso las cosas pequeñas son las dueñas del universo.
La espiritualidad es el proceso en el que el ser humano recupera la vida de su ser al destronar la muerte de la abstracción. Todo es necesario, y no existe realidad humana que no le pertenezca al hombre. La sabiduría no consiste en extirpar aspectos del hombre, sino de poner en el poder aquello que tiene autoridad derrocando aquello otro que no la tiene. Sin la abstracción no se podría crecer ni construir nada en relación con el entorno, pero cuando una herramienta toma el mando y desprecia al artesano, toda la obra se vuelve artificiosa, se deforma, y se separa de la realidad. En lo pequeño está Dios; las cosas pequeñas son lo más excelso del universo.
|
|
