anterior

índice

siguiente

capítulo 28 (comentario)

texto: capítulo 28

El que cree poder entender racionalmente los procesos naturales, ése los intenta manipular en el ánimo de afianzarlos, o incluso para aprovecharlos en su propio beneficio, y así es como los tuerce y los malogra.
Aquél que busca la esencia de las cosas para integrarlas en su ser y para ponerse al servicio del Origen, ése crece y se enriquece a cada paso, y tanto más haya logrado integrar en su ser, tanta más Luz alcanzará a ver. Pero aquél que busca con la razón, sólo para hacer uso de las leyes del universo en provecho propio o según criterios personales, ése malogra incluso los conocimientos que pueda haber adquirido.
La fantasía más peligrosa no es la que fabrica la imaginación y que se descuelga de la realidad objetiva, sino la que se integra en la realidad tangible e intenta transformarla, sólo por la soberbia de querer abrirle paso al movimiento cósmico, como si el universo no tuviera ya su propio proyecto implícito en su razón de ser.

Embelesar al pueblo con proyectos elaborados solamente con la razón es animarle a entrar en la fantasía destructiva que conduce a la frustración y al fracaso. Conducir al pueblo hacia la sencillez de la propia naturaleza, eso es infundirle sabiduría y permitirle encontrar por sí mismo el orden en el que podrá alcanzar su pleno desarrollo.
Dentro del orden natural crece la complicidad entre gobernantes y gobernados, y el impulso creativo espontáneo despierta iniciativas de desarrollo social que no caerán en el fracaso porque se expandirán favorecidas las leyes de la naturaleza, en sintonía con el movimiento cósmico universal.

Parece ser misión de las religiones controlar el impulso ensoberbecido del ser humano por fabricar según su propio capricho, y evitar así del desvío del orden natural y el consecuente derrumbamiento social. Pero la realidad es que las religiones no llevan al ser humano a la sencillez ni le invitan a descubrir su propia naturaleza, sino que pretenden que las sociedades integren una ideología alternativa que se corresponda con una supuesta ideología divina determinada por una serie de leyes.
Aunque en su origen las religiones tienen un fundamento verdadero, la influencia de las religiones en la sociedad, al enfrentarse con los criterios políticos, llegan a desembocar en ideologías que resultan ser tan elaboradas y artificiosas como los proyectos racionales fantasiosos construidos por la soberbia humana.

Los estudiosos de las escrituras bíblicas (lo mismo que los estudiosos de libros sagrados de otras religiones) intentan encontrar en ellas la ideología perfecta, inspirada por Dios, que pueda llevar al hombre a la plenitud, pero lo cierto es que en las palabras de Jesús de Nazaret no existe ninguna sugerencia a una ideología. Más bien al contrario: “Os lo aseguro: El que no se haga como un niño, no entrará en el Reino de los Cielos.”
No existe ninguna técnica, ningún conjunto de ideas, ningún proceso elaborado, para devolverle al hombre su candor original, y sin quitarle al mismo tiempo la posibilidad de desarrollarse y crecer en el espíritu. El estudio de leyes divinas y la reunión en asambleas religiosas pueden acercar al hombre a una mayor conciencia de muchos de los valores eternos, pero no puede hacer que un ser humano vuelva a nacer en el Espíritu y alcance la verdadera Libertad en la Verdad, en el candor de su naturaleza original. El exceso de información, el estudio escrupuloso de leyes y de ideas supuestamente divinas embotan la mente del hombre, y le impiden el verdadero renacer, que sólo se alcanza en el enfrentamiento personal del ser humano con el verdadero Dios-Amor. Sólo de esta manera el ser humano puede sufrir una muerte en lo material para luego experimentar el verdadero renacer en el Espíritu. Pero ahí las leyes y las ideas sólo serían un estorbo, porque la transformación no puede estar apoyada en ningún soporte de carácter ideológico, sino que ha de ser una transformación puramente ontológica.

texto: capítulo 28

anterior

índice

siguiente