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capítulo 41 (comentario)

texto: capítulo 41

Cuando un hombre o una institución quiere mostrarse atractivo hacia el mundo, da señales de poder y de firmeza. No se deja zarandear por sentimientos y conserva siempre el corazón frío. La compasión debe ser analizada antes que sentida, la misericordia sólo se concede desde la altura de la invulnerabilidad. El arma más eficaz para él es la ostentación de brillantez. Ése es el que se encarama a los puestos de poder, el que consigue popularidad asombrando a las gentes con su fuerza.

Esa fuerza que es preciosa en el mundo, sin embargo es la basura de la Vida, el resto que es dejado aparte porque ya ha perdido el Camino y ha preferido hacerse valer por la aceptación de los demás antes que por su propio valor interior. Así proceden los imperios y las viejas iglesias: Firmes, rígidos, insensibles. Creen que permanecer es endurecerse y que debilitarse es consumirse. Por eso dentro de sus muros reina la tristeza, se apagan poco a poco y aún así se mantienen rígidos y duros.

El futuro no es del viejo sino del niño. Al que ha encontrado la seguridad en la dureza ya sólo le queda esperar la muerte, porque el cosmos continúa en el Camino y deja atrás todo lo que se ha detenido. Y lo que se ha quedado atrás apenas podrá sobrevivir con las reservas de agua de sus aljibes. Seguir en el Camino es debilitarse, compadecerse, deshacer ideas para volver a rehacerlas, sentir la ilusión de cruzar un río profundo, mirar al horizonte y perder en el Camino la conciencia del ‘yo’.

texto: capítulo 41

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