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capítulo 56 (comentario)

texto: capítulo 56

Lo exterior seduce al hombre, y la seducción consiste en hacerse apetecible sin dejarse poseer. Las formas se adornan con colores para ocultar su vacío, y esto por la necesidad de cobrar vida despertando el interés de los seres vivos. Esto obedece al principio universal de la búsqueda de la unidad, del encuentro, de la recapitulación de todo lo material en lo espiritual y, finalmente, en el Origen del verdadero Camino: El Cristo.

El exterior nunca se puede percibir en su totalidad, por eso despierta la curiosidad e invita al descubrimiento. Pero lo exterior se multiplica desdoblándose en el espacio. La perspectiva de los sentidos hace que el ser humano perciba lo exterior como si fuera ilimitado. Pero esto es sólo lo que el hombre observa: la unidad prematura significaría aniquilación, por eso la realidad exterior se abre, inabarcable, en el reflejo de sí misma.

La seducción de todo lo exterior y su aparente inmensidad despierta la desazón en el corazón del ser humano, que se ve invadido por la prisa. La prisa hace que la percepción sea filtrada, dejando fuera lo accesorio y centrando lo importante. Pero no existe lo accesorio y lo importante en las cosas de la realidad exterior, porque es imposible la unidad coherente sin la presencia de la totalidad. Por eso aparece la fantasía.

No existe nada que el hombre pueda reconocer en el exterior que no lo conozca ya en su interior. El conocimiento nunca es el descubrimiento de algo absolutamente nuevo, sino la identificación de lo que se observa fuera con lo que ya existía previamente en el propio ser. Por eso el sabio no se deja seducir por los colores del exterior, sino que busca dentro de sí, pues sabe que en el interior de su ser existe todo lo creado.

texto: capítulo 56

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