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capítulo 75 (comentario)

texto: capítulo 75

Lo más sutil de la sabiduría es el discernimiento, porque, en todo lo que acontece en la vida, lo bueno brota junto a lo malo: El trigo y la cizaña. El sabio todo lo deja crecer. Lo genuino prevalece por la fuerza de la Verdad; lo postizo se consume y muere. Pero este discernimiento no es aplicable en el caso de la guerra. La guerra es pura expresión del mal, y no hay nada que discernir ni casuística que contemplar. Matar a seres humanos inocentes es obra de Satanás, y los que empuñan las armas son sus hijos.

El pueblo hebreo luchaba por conquistar la tierra prometida y aniquilaba pueblos, mujeres y niños incluidos. En todo decían que contaban con el apoyo y el consejo de Yahvé. Ése Yahvé, señor de los ejércitos, que mandaba arrasar pueblos inocentes, no era el Padre, Origen del universo, sino que era el mismo Satanás, disfrazado de luz. La simbología que se desprende de esta historia del pueblo hebreo tal vez pueda ser sugerente, pero la realidad es una sola y no debe ser velada.

En la época de las cruzadas se inició la “guerra santa”. Ni existió guerra santa entonces, ni existen guerras justificables ahora, ni existirán nunca. El que justifica una guerra, justifica el mal. El que invoca la ayuda de Dios para ganar una guerra, ése está invocando y adorando a Satanás, sea cristiano, sea musulmán, sea de la religión que fuere. La única guerra santa es la guerra del espíritu, en la que el hombre renuncia a su vida y, para liberar a sus hermanos, se entrega mansamente a la muerte.

texto: capítulo 75

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