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Se reconocen y se distinguen unos seres humanos de otros por su figura, su piel, su rostro. Y sin embargo, la figura, la piel, el rostro, son la expresión más superficial de la realidad humana de cada hombre. Por mucho celo con que se estudien las características externas de un ser humano jamás se podrá alcanzar el verdadero conocimiento de su realidad interior. La figura, la piel y el rostro de un hombre pueden cambiar y hasta resultar irreconocibles, y sin embargo no dejará por eso de ser la misma persona.

Las palabras son la figura, la piel y el rostro del verdadero contenido. Los sabios del mundo se detienen mucho en ellas, las estudian con mucho rigor e intentan descubrir y establecer la interpretación más correcta. Traducen textos antiguos, palabra por palabra, profusamente documentados con todas las circunstancias históricas y culturales de la época, y sin embargo muy a menudo obtienen resultados forzados y oscuros. Porque, en esencia, esto es como construir figuras de cera, idénticas al original pero sin vida.

Traducir verdadera y significativamente a Lao Zi es pensar, sentir y comprender lo que Lao Zi pensó, sintió y comprendió, y, utilizando sus mismos símbolos e imágenes, reescribir el Dao-De-Jing. Las ideas profundas, esenciales, eternas, no pertenecen a ningún hombre, ni el primero que las pronunció adquiere ningún derecho especial sobre ellas. Si el Dao-De-Jing expresa tan sólo las ideas de Lao Zi, entonces tal vez ni merezca la pena leerlo. Pero él sólo ha sido testigo de un mensaje mucho más profundo.

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