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21/11/2007

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Testimonio

texto 12

Durante siglos la cúpula romana ha exigido el máximo respeto, y se ha permitido sin embargo faltarle el respeto a todo el mundo con un ostensible desprecio hacia el pueblo, se ha hecho escuchar imponiendo sus palabras desde su fuerza, su altura y su poder, pero ha sido completamente sorda a las palabras de todos los que han cuestionado sus posturas, ha pretendido tener como propiedad privada la Verdad privándole al pueblo del derecho que Cristo le concedió al derramar generosamente el Espíritu a todas las gentes del mundo. Por un principio elemental de justicia, es ahora el pueblo el que merece todo el respeto, merece ser escuchado y merece hablar libremente de la Verdad.

Los que luchan entre los pobres y los oprimidos son los únicos que conocen el valor del sufrimiento de las gentes, son los únicos que conocen de verdad a Cristo, pues Él está donde está el sufrimiento, no donde están los ideólogos que se sientan en sus cómodos despachos a consultar supuestos libros infalibles para luego filosofar y escribir sus elucubraciones sobre la fe y la ortodoxia, y así, utilizando sus prerrogativas de poder, condicionar las mentes del pueblo. Los que viven cada día la amargura, el llanto, la desesperación y la muerte de las gentes son tratados con desprecio e indiferencia por los que se arregostan en sus palacios planificando ritos y escribiendo documentos inútiles.

Durante siglos la cúpula romana no ha tenido mayores obstáculos para imponer sus criterios y hacer las cosas a su manera. El resultado está a la vista: La civilización occidental está absolutamente decepcionada del cristianismo religioso porque se siente vergonzosamente engañada. En muchos lugares las iglesias se vacían, y la mayoría de los jóvenes, o sienten aversión por todo lo relacionado con las religiones, o están presos en algún grupo sectario que les aísla del mundo y les lleva a vivir una espiritualidad desvinculada por completo de la realidad humana que les rodea. Sólo salen afuera para captar prosélitos, no para irradiar un mensaje de Vida en la libertad y en el respeto.

La división entre las iglesias no ha sido nunca una realidad suscitada ni por el Espíritu ni por el pueblo, sino que no ha tenido otro origen que los intereses económicos y de poder de los jerarcas. Al pueblo se le ha engañado con un falso sentido de la ortodoxia y se le ha condicionado para que mire con recelos a hermanos en Cristo que pertenecen a otros grupos cristianos, creando así posturas de cerrazón que matan al Espíritu y cierran las puertas del Reino. Los acuerdos entre jerarcas para reconciliar iglesias no son más que teatro, ardides, juegos de prepotencia entre los propios mandatarios que quieren engrosar el número de sus esclavos sin perder ninguna de sus prerrogativas de poder.

El pueblo que vive espiritualmente inquieto, con sus curas y sus pastores sean de la denominación que sean, tienen que encontrar juntos su propia identidad en Cristo. Ese pueblo inquieto tiene que hacerse respetar, tiene que hacerse escuchar y tiene que tener la suficiente valentía para dejarse invadir por el Espíritu Santo y proclamar la Verdad sin temor a que ninguna cúpula pueda sentirse aludida y ofendida. El pueblo católico tiene que recuperar la dignidad que la cúpula romana le ha robado durante siglos. Tiene que ejercer su derecho a pensar, a sentir y a proclamar con fuerza la Verdad de su Voz interior, que es mucho más fidedigna que la voz de los eruditos que matan al Espíritu.

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21/11/2007

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