KYRIE ELEISON

     

lo absoluto y lo relativo

08

   

 

     

relativismo y embaucadores


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  Los sacerdotes, escribas y fariseos del pueblo judío en tiempos de Jesús eran buenas personas. Verdaderamente no vivían despreocupados, entregados a las pasiones, sino que se esmeraban en estudiar la ley y cumplirla. Oraban mucho, sus ritos eran prolongados porque le dedicaban a Dios mucho tiempo de sus vidas.
Observaban las tradiciones heredadas de sus padres, lo cual era muy fiable, porque Dios les había hablado en la historia, y a través de la historia ellos se encontraban con Dios.
El imperio romano les había invadido, y ellos esperaban que Dios, al que tanto invocaban, les liberase como había hecho en el pasado con su pueblo, el elegido, una y otra vez.

Las leyes existían por algo, no eran inventos humanos sino que procedían directamente de Dios que había hablado a través de sus profetas.
Transgredir la ley no podía ser justificable en ningún caso. ¡Ay de aquél que pusiera en entredicho una sola de las normas que Dios les había revelado!
Por eso ellos defendían las leyes con honestidad y con fuerza, y estaban atentos a cualquier forma de herejía, para cortarla por lo sano.
Hablaban con fuerza y convicción, porque sus ideas estaban bien asentadas en la revelación divina. No podían entretenerse en relativismos. Sus argumentaciones tenían la sólida base de las escrituras. A veces pudieran resultan intransigentes, pero desde luego que era mucho mejor la intransigencia que, por la grieta una tolerancia mal entendida, pudiera colarse el maligno, que siempre estaba al acecho para destruir todo la maravillosa obra de Dios para con ellos.

Su honestidad, sus sinceras convicciones, les hacían verdaderamente intocables.
Los sacerdotes, escribas y fariseos del tiempo de Jesús eran hombres íntegros, y agredirlos a ellos era como agredir a la propia integridad y honestidad del ser humano.
Por esa razón Yahvé destruía y humillaba a todo aquél que se atreviera a desafiarles.
Ellos lo cantaban en sus salmos:

“Él hirió en sus primogénitos a Egipto,
porque es eterna su misericordia,
Hirió a grandes reyes,
porque es eterna su misericordia
a Sijón, rey de los amorreos,
porque es eterna su misericordia,
a Og, rey de Basán,
porque es eterna su misericordia,
y dio sus tierras en herencia,
porque es eterna su misericordia,
en herencia a su siervo Israel
porque es eterna su misericordia...”

Por la gran misericordia de Yahvé, los hombres y las naciones eran destruidos para que el pueblo elegido tomara posesión de todos aquellos bienes.
No es extraño por lo tanto que Jesús terminara sus días colgado de una cruz, el colmo de la vergüenza. Porque Jesús se atrevió a relativizar las leyes: la sagrada ley del sábado, y el relativismo es la rendija por donde se cuela Satanás. Por eso ellos le decían a Jesús que sus obras procedían el maligno ya que, o Jesús realmente era aliado de Satanás, o las leyes que Yahvé habían dictado a través de los profetas para regir su pueblo eran una mentira.
Por otra parte, Jesús no observaba una conducta digna: comía y bebía con pecadores, y a los que transgredían las leyes de la moral más elemental les perdonaba. ¿Un laico perdonando pecados que sólo puede perdonar Dios? Esto no tenía ningún sentido. Existían unas autoridades, unos sacerdotes, que habían estudiado con detenimiento la ley de Moisés, que conocían letra por letra todas las escrituras, y que desde luego podían discernir lo bueno de lo malo, lo que venía de Dios y lo que procedía de Satanás.

Jesús tenía una forma de hablar que embelesaba a las gentes ignorantes. Esto es muy común: Hombres con capacidad de sugestión que fácilmente pueden atraer a los indoctos con palabras seductoras, pero que no tienen verdadero rigor, porque no están apoyados en la sólida base de las escrituras ni tienen el beneplácito de aquéllos que han sido designados por Dios para preservar la ortodoxia de la doctrina.
Jesús decía: “Yo te bendigo, Padre, porque estas cosas se las has revelado a los pequeños e insignificantes, y se las has ocultado a los sabios y eruditos.” ¡Claro!, esto le convenía, porque a los ignorantes se les puede engañar fácilmente, pero a los doctores es mucho más difícil.
Por ello, todo esto representaba un peligro grave para el pueblo elegido ya que existía una promesa, la de un liberador que habría de llegar, y si el pueblo se desviaba de la verdad y se dejaba embaucar por los charlatanes, Yahvé haría pesar severos castigos sobre los responsables de mantener al pueblo elegido en la verdad fundamental de la revelación de las escrituras.
Esto no era ningún juego, ni tampoco habría que entenderlo simplemente como un problema de celos ni de envidias: Existía una trasgresión de la ley, un hombre pretendía sacar a Dios de la tradición, de los profetas, de las autoridades designadas desde lo alto, y arrogarse él mismo la autoridad de hablar “en el nombre de Dios”.

El mal hay que cortarlo desde sus raíces. La severidad en estos casos es el único camino para proteger al pueblo del veneno de los embaucadores. Y en tales circunstancias, el castigo, cuanto más severo, más eficaz.
Yahvé no protegió a Jesús, sino que permitió que fuese humillado en el castigo más vergonzoso: Signo inequívoco de que todo lo que Jesús había predicado eran mentiras, y que, por lo tanto, no gozaba de la protección de Dios.
Había salvado a otros, y ahora no era capaz de salvarse a sí mismo. Lo mejor era alejarse de aquella cruz, de aquel pobre hombre destruido definitivamente, y retomar el camino de la verdad, pues una vez más, Yahvé había actuado, había salvado a su pueblo del engaño.


Howndev
 
     

21/06/2005