KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU

   

 

      E

libro 3 - capítulo 11


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  El impulso positivo del cosmos en su conjunto es ascendente, y el del Cielo es descendente. Ambos significan Amor, lo femenino de la creación divina que llama a lo masculino. Así, podemos comprender la esencia de las cosas observando su intención en el orden cósmico y en el espiritual:
El “ser sin nombre” apareció cuando un rayo de Luz de Dios lo creó sobre el caos, infundiéndole espíritu. Su intención en el espíritu era ascendente, de búsqueda de Dios su creador, y era por lo tanto una intención definida en el “no ser”: el Temor espiritual. Sin embargo, en el espíritu no puede haber “huida”, porque la referencia siempre es Dios, la plenitud del Ser. El Temor del espíritu es la necesidad de pertenecer al orden celestial, donde todo es en la libertad del impulso.
Y la intención cósmica del “ser sin nombre” se manifestó también en el “no ser”, porque tampoco se elevó en el impulso del Amor, sino del Temor. Así pues su proyección era descendente. En la huida, el objeto de la observación y, en consecuencia, el impulso, está orientado a aquello de lo que se huye, porque el punto alcanzado en el alejamiento no tiene existencia previa.
Todos los órdenes materiales que se generaron a partir del “ser sin nombre” comparten los mismos impulsos.
Cuando sobre la tierra el fuego de la angustia se apagó y todo alcanzó la calma, el Temor amainó, su “no ser” cedió su lugar al “ser” del Amor, y apareció la vida: los órdenes vitales. Es la primera manifestación de Amor positivo sobre la tierra. Su impulso espiritual seguía definiéndose en el “no ser” de lo ascendente, pero ese mismo impulso ascendente en el orden cósmico se definía en el “ser” del Amor.
Si los órdenes materiales y los vitales son esencialmente distintos por el cambio de sentido en el impulso cósmico, entre el ser humano y los demás órdenes vitales existe otra diferencia esencial: el cambio de sentido del impulso espiritual.
El hombre se incorpora al orden celestial dándole a su impulso el sentido positivo del “ser” en el Amor, esto es: el impulso espiritual descendente. Esto significa una capacidad para amar sin condiciones: en la coherencia y en la incoherencia, en la cohesión y en la dispersión, en cercanía y en la distancia, en la soledad y en la compañía.
Dice el Génesis: “Y lo hizo a su imagen y semejanza”.

El impulso que es descendente tanto en el espíritu como en el orden cósmico, hace referencia a algo que, en la libertad de lo celestial, solidifica el cosmos con el Temor impidiendo su elevación transcendente hacia la plenitud y desviándola hacia otra especie de “cielo” generado por el mismo cosmos: Esto es el Mal.
Yo puedo hablar de las cosas porque ellas están en mí, y las comprendo en lo más profundo de mi ser, pero del Mal no puedo hablar. Para hacerlo tendría que traerlo hasta mí e impregnarme de él. Ya lo he visto cara a cara. No me resisto a él, no me opongo ni le doy entidad con mis análisis. Sé donde está y sabría también reconocerlo si se acercara a mí. Esto basta.