KYRIE ELEISON

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fuera de la ley

04

   

fuera de todo lo descifrable

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Aquél que conoce al Padre ya no puede olvidarlo por mucho que el mundo pretenda alejarle de Él. El timbre de la voz del Padre es inconfundible, su aroma se percibe aun antes de que comience a hablar.
En el mundo se necesitan pruebas y signos para poder discernir si algo procede de Dios, o si es manifestación de lo inmediato de la naturaleza. Se toman muy en consideración esos milagros inexplicables, absolutamente inusitados, como si Dios se regocijara en romper las leyes que Él mismo afianzó, como si su presencia y su acción se sólo confirmara inequívocamente en la oposición al orden de la propia naturaleza.
Sin embargo, para aquél que conoce a Dios, ni los milagros ni los prodigios son necesarios. Ni siquiera son signo de la presencia divina: Pueden serlo, pueden no serlo.

En el mundo las cosas existen en oposición. Necesitan excluirse para asegurar su permanencia. Un reino con dos reyes es un reino en guerra. Hasta que uno de ellos no haya conseguido matar al otro, no habrá paz.
Pero en el Reino de Dios las cosas no necesitan aplastarse unas a otras para asegurar su permanencia, muy al contrario, sólo el que destruye verá cómo la destrucción vuelve sobre él.
Dios no destruye nada, porque su existencia no corre el riesgo de ser anulada por ninguna otra cosa. La Verdad es eterna, pero la mentira es mortal: ¿Cuánto tiempo puede vivir una mentira? No vale la pena destruir, basta esperar.

Cuando los hombres levantan la voz para promulgar leyes y doctrinas, mucho se afanan en hacerse oír, y mucho también en excluir y desacreditar todo aquello que se oponga a sus designios. Porque viven en la rivalidad y saben que si no imponen con fuerza lo que dicen, se desvanecerá. No tienen otro apoyo que su propia fuerza y obstinación.
Pero el hombre que habla lleno del Espíritu Santo, no se afana por hacer prevalecer sus posturas, porque sabe que lo que dice está apoyado en la Verdad misma, y que este apoyo es indestructible.
El que habla lleno del Espíritu Santo sabe que aquellos que conocen al Padre, le reconocerán también en sus palabras. Porque las palabras del que está lleno del Espíritu, huelen a Dios, resuenan en los corazones de los que le aman.
«Yo soy el buen Pastor –dice el Rey-, mis ovejas me conocen y Yo las conozco a ellas.»