KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU (2)

   

HOKDS

      E

libro 5 - capítulo 11


anterior - índice - siguiente

             
  Para levantar al ser, primero es necesario construir su reverso. Nada que llega al hombre anida en él si no existe un hueco perfectamente preparado para ser llenado. Si yo no alimento y cuido mi carencia, mi soledad, la ausencia de Dios, entonces no será posible que el Espíritu de Dios anide y permanezca como parte de mí.
Dios quiere venir hasta mí para hablarme con franqueza y sin intermediarios, pero no encuentra en mí ese vacío que Él pueda llenar. Incluso su presencia en la limitación la está impidiendo en su plenitud: Por eso me dice: “Deberás deshacerte incluso de cosas que hasta ahora te han unido a mí.” Me obliga a prescindir de su Espíritu para darme su Espíritu, porque arrebatándomelo crea dentro de mí un hueco inmenso que, si yo cuido y reservo para Él, será llenado con una presencia divina que rebasará todas mis antiguas expectativas.

La plenitud en la presencia del Espíritu dentro de mí me lleva a dar gloria a Dios con todas mis fuerzas. Pero no es posible alcanzar esta plenitud sin un deseo prolongado e insatisfecho. Dios no permite esa sensación de alejamiento para castigarme por alguna mala acción, ni el alejamiento es necesariamente resultado de alguna actitud errónea: Yo soy templo del Espíritu, y debo ser limpiado hasta en los rincones más escondidos.
Dios no se aleja de mí, ya me lo ha repetido muchas veces, sólo crea en mí esa sensación de alejamiento para que, deseándole con fuerza, esperándole sin ni siquiera vislumbrarlo, Él pueda ocupar también ese rincón oscuro de mi interior que yo no sabía ni que existiera, y que debe ser iluminado porque la ignorancia de su existencia no disimula su presencia y su influencia negativa en todo mi ser.

11 - a

Invoco al Señor, le pido signos visibles a mis ojos humanos, le pido la fuerza espiritual necesaria para modificar la apariencia de las cosas, la realidad material.
Pero Dios no me da nada: ni signos ni poder. Y me dice:
“El enviado de Dios que tome decisiones por sí mismo, que quiera hacer uso de un poder tomado en propiedad, ese no es enviado de Dios, sino que es un impostor, enviado del rey de la oscuridad.
“No te daré nada de lo que me pides, antes bien te daré a degustar más soledad, porque no terminas de entender cuál es verdaderamente tu cometido.
“Mi Poder se manifiesta en la debilidad del hombre, mi grandeza en su pequeñez y mi arrojo en su miedo. Te sientes fuerte, engrandecido, valiente: no estás conmigo.
“Si no te anulas a ti mismo, si no te empequeñeces hasta el límite de tus posibilidades, la Luz que te he dado se volverá contra ti, te resultará insoportable y te cegará. Cuando un hombre, como tú, se adentra en el espíritu hasta ver la Luz de la Verdad, ya no encuentra camino de retorno, como no sea la muerte.”

Después de escuchar las palabras del Padre, yo quedé atemorizado, verdaderamente humillado. Levanté tímidamente mi mirada y le dije: “¡Señor...!”
Y Él me contestó: “Mi dureza es fruto de mi Amor. Tanto más confianza deposito en ti, tanto más severo seré contigo: Pero no temas, no te abandonaré nunca.”


11- b

Dios deshace a mis pies todo el armazón que yo había construido para Él. Disuelve todas mis “verdades” unas en otras, y luego me mira y me dice: “¿Cómo así no te caes? ¿En dónde estás asido?”
Miro a mis pies y no hay suelo, ni existen asideros cerca de mí, pero yo no caigo al abismo, antes bien, nace de mi interior una sensación de libertad en la que el miedo no es angustioso ni rompe mi paz.
Ya no existen aquellas ideas que mantenían unido al Señor. Al principio tiemblo, pero luego me doy cuenta de que no eran necesarias. El Señor me había dicho: “Deberás deshacerte incluso de cosas que hasta ahora te han unido a mí”, y su palabra se cumplió en mí de la manera más inesperada.

Dios entra en el hombre a través de ideas, conceptos y preceptos, nombres y signos. Pero luego, una vez que ha hecho morada en el interior, cuando ya el hombre verdaderamente ha conocido a su Padre celestial, entonces ideas, conceptos, signos, todo lo que el hombre apila y acumula para mantenerse cerca de Dios, Dios mismo lo disuelve con su Espíritu.
Y el hombre comienza a darse cuenta de que realmente no sabe nada, absolutamente nada, pero que no ha de temer, porque Padre Dios le ama.

La Verdad no es concreta, pero se manifiesta en una concreción: entonces esa cosa concreta debe ser mimada como si fuera la Verdad misma. Pero nada concreto es inmóvil, y esto para que ninguna cosa sea objeto de adoración, ya que en su movimiento cede su simbolismo a otra cosa.
Yo no soy un espíritu puro, sino que mi ser se ha concretado en mi persona. Soy templo del Espíritu y en consecuencia soy símbolo de Dios mismo: Debo amarme en tanto que soy manifestación divina. Pero ni soy Dios ni soy la Verdad, por eso, mi amor por mí mismo no es tal, sino que realmente es amor por aquello que ‘simbolizo’.

El hombre debe estar seguro de su saber para poder mantenerse cerca de Dios, hasta que es Dios mismo el que se mantiene cerca de él: entonces ya su saber no le acerca a Dios, sino que le supone un estorbo, fuente de confusión y contradicciones.
Al igual que la sabiduría, que es verdad concreta, debe ser disuelta en el Amor a Dios, yo, hombre concreto, deberé ser también disuelto por el Espíritu de Dios para poder trascender.