KYRIE ELEISON

     

ESPÍRITU (2)

   

HOKDS

      E

libro 6 - capítulo 01


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  Dios no envía a ningún hombre a ninguna misión. Dios simplemente pone la Verdad ante sus ojos, y ese hombre actúa en consecuencia: Entonces el Señor le guía en sus caminos, porque los caminos del hombre que tiene la Verdad ante sus ojos, y los caminos de Dios son la misma cosa.
La Verdad no se manifiesta como conceptos racionales situados en la mente, sino como inquietud y convicción situadas en el corazón. Entonces el hombre debe responder a la llamada divina.

La Verdad nunca rompe ni deshace, porque la Verdad siempre lleva a la unidad, a la conciliación: Pero siempre que la Luz se hace presente, es para que esa unidad se logre a un nivel superior, y eso conlleva la disolución de aquellas pequeñas unidades enfrentadas entre sí. Las cosas se deshacen, se desvinculan para dar paso a un orden superior, más amplio, más pleno. Nunca destruye, ni margina ni excluye, siempre concilia, pero no se puede conciliar sin la presencia de la humildad: Nadie que se crea sabio puede aprender; el que crea estar en la Verdad, ya se ha alejado de ella.

Hombres supuestamente sabios y seguros de sí mismos no pueden unirse para generar algo superior a cada uno de ellos: Son individualidades inexorables, pertenecen al reino de la oscuridad. Dios no está entre ellos.
Pero el hombre verdaderamente sabio está siempre a la escucha y no solidifica ninguno de sus conceptos, porque sabe que los conceptos no son más que el cascarón de la Verdad: Debe poder romperse cada vez que sea necesario, porque la misión de los conceptos es la de proteger y simbolizar la Verdad, pero no aprisionarla ni condicionarla.
Esta realidad tan sencilla, tan evidente, que está nítidamente expuesta a los ojos del hombre iluminado por Dios, sin embargo siempre será heterodoxia para los hombres que pretenden acaparar en sus sólidas estructuras la Verdad divina.
Fariseos de antaño, ministros de hoy. No se trata de descalificar a nadie, porque ningún hombre que tenga el empeño de encontrarse con Dios se libra del fariseísmo: Allí donde un creyente intenta agazaparse en un concepto sólido de la Verdad, allí hay un fariseo.

Dios me dice claramente lo que tengo que decir, y yo lo digo sin rodeos. ¿Quién me ha dado autoridad para hablar de la Verdad? ¿En base a qué yo me atrevo a afirmar que la procedencia de mis palabras es Dios mismo?
En realidad yo no pretendo que nadie me crea por la fuerza de mis argumentos, es más, ¿dónde están mis argumentos? No existen.
Dice el Señor: “Mis ovejas me conocen y yo las conozco”. Yo digo lo que Dios me dice, y aquél que pertenezca verdaderamente al rebaño del Señor sabrá que lo que yo digo es Verdad.