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Escucha, Padre, la justicia, atiende a mi clamor, presta oído a mi plegaria, que, aun a sabiendas de que me engaño a mí mismo, estoy intentando por todos los medios expresarme desde la sinceridad de mi corazón.
Pero Tú, misericordioso, sólo te fijarás en mi empeño, olvidarás esta sombra interior contra la que no puedo luchar, y tus ojos sólo verán lo recto que en mí hay.
Mi corazón tú sondas, de noche me visitas; me pruebas al crisol arrancando lo malo que hay en mí; mi boca no claudica al modo de los hombres. La palabra de tus labios he intentado guardar, por las sendas que me has trazado, yo torpemente he ajustado mis pasos; cuando me has mostrado tus veredas, no han vacilado mis pies.
Yo te llamo, que Tú, oh Dios, me respondes, tiende hacia mí tu oído, escucha mis palabras, haz gala de tu misericordia, Tú que salvas a los que buscan a tu diestra refugio contra todo lo que intenta perderles.
Guárdame como la pupila de los ojos, escóndeme a la sombra de tus alas de la impiedad que me acosa, enemigo ensañado que me cerca.
Los hombres se cierran en su hartura, hablan, la arrogancia en la boca.
Eufóricos en sus fantasías avanzan, ya me cercan, me clavan sus ojos para atraparme en la insubstancialidad de sus afanes.
Son como el león ávido de presa, o el leoncillo agazapado en su guarida.
¡Levántate, Padre, lléname de tu Espíritu, que tu Luz brille ante mis ojos para que yo pueda verlos transparentes; libra con tu Amor mi alma de la euforia, de la fantasía de los insubstanciales; con tu mano, Padre, que no me vea yo atrapado en los afanes de este mundo, cuyo único ideal es el placer y la seguridad material!
¡Déjales llenar el vientre, deja que se sacien de placeres, para que en el vacío su alma despierte!
Yo busco la justicia, anhelo contemplar tu rostro, sé que cuando pase toda fantasía, disfraz suntuoso de la vida, me despertaré en un mundo nuevo, y que ya nada me impedirá ver otra cosa que tu imagen. Por siempre.
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