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liturgia de la coronación

Salmo 021

Padre, en tu fuerza se regocija el Rey; ¡oh, y cómo le colma tu salvación de júbilo!
Tú le has otorgado el deseo de su corazón, no has rechazado el anhelo de sus labios.
Pues le precedes de venturosas bendiciones, has puesto en su cabeza corona de oro fino; Vida te pidió y se la otorgaste, largo curso de días para siempre jamás.
Gran gloria le da tu salvación, le circundas de esplendor y majestad; bendiciones haces de Él por siempre, le llenas de alegría delante de tu rostro.
Sí, en el Padre confía el Rey, y por gracia del Altísimo no ha de vacilar.

Su humildad fue premiada la con corona real, su mansedumbre, con gloria y majestad.
Su despego de la vida, con Vida que no termina; en su inmenso Amor le entregaste todas las cosas del Cielo y de la tierra. Y así, Tú y Él, fundidos en uno solo: no puede haber otro Rey.

Tu mano alcanzará a todos los que te dan la espalda, tu diestra llegará a los que se esconden de tu Luz; los llevarás hasta el vacío de la desesperanza el día en el que muestres tu rostro; Padre, Tú los volverás hacia ti, y el fuego los aterrorizará; mas no quieras Tú permitir que perezcan para siempre; que el fruto del Mal sobre la tierra se pudra sin posibilidad de resurgir, y ya no se encuentre más su semilla en el género humano.
Aunque ellos intenten daño contra ti, aunque tramen un plan y en la euforia levanten un imperio en tu contra, de nada les servirá. Que tú les harás volver la espalda y, consumidas y apagadas todas las luces perecederas del mundo, al ver la oscuridad tenebrosa de tu ausencia, todos caerán a tus pies.
¡Levántate, oh Cristo en el Padre, con tu poder, y cantaremos, salmodiaremos a tu poderío!

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