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liturgia de la entrada en el santuario

Salmo 024

¿Quién puede sentir a Dios? ¿quién puede concebirlo en su corazón?
El que mira la tierra y cuanto hay en ella; el que observa los mares y los ríos.
¿Cómo puede haber Belleza si no hay Sensibilidad?
¿Cómo puede haber Orden si no hay Inteligencia?
¿Cómo es que todas las cosas tiendan a unirse y conciliarse si no hay Amor que las impulse?

Ese Orden, esa Belleza, ese Amor, ¡qué pequeño se siente el hombre ante su grandeza!
El Padre amoroso que cuida todas las cosas, no está lejos de ninguna de ellas.
El hombre, en su insignificancia, que tiene sensibilidad para percibir la Belleza, inteligencia para concebir el Orden, amor para conciliar las cosas, ¿cómo habría estar lejos de la mirada del Padre?

Mas no es el Padre quien se aleja del hombre sino el hombre del Padre.
El que se aleja de la fuente de la comida y de la bebida por pensar que tiene abundantes reservas en su propia existencia, un día puede verse completamente solo.
Pero el que se mantiene cerca del arroyo, nunca pasará sed: El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma, ni con engaño jura.
Ansía el Padre compartir su gloria, mostrar toda la Belleza por Él creada, desentrañar en la inteligencia de los hombres todo el Orden del universo.
El que permanezca junto a Él, todo eso obtendrá. ¡Y lo inimaginable!

Por eso, los que le conocen proclaman:
¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el Rey de la gloria!
¿Quién es ese Rey de gloria? El Cristo, manso, veraz, el Cristo en el Padre, que todo lo atrae hacia sí para llevarlo a la culminación.
¡Puertas, levantad vuestros dinteles, alzaos, portones antiguos, para que entre el Rey de la gloria!
¿Quién es ese Rey de gloria? El Cristo, el Cristo en el Padre, Él es el Rey de gloria.

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