|
Como jadea la cierva tras las corrientes de agua, así jadea mi alma en pos de ti, mi Dios.
Tiene mi alma sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo podré ir a ver la faz de Dios?
¡Son mis lágrimas mi pan, de día y de noche, mientras me dicen todo el día: ¿En dónde está tu Dios?!
Yo lo recuerdo, y derramo dentro de mí mi alma, cómo marchaba a la Tienda admirable, a la Casa de Dios, entre los gritos de júbilo y de loa, y el gentío festivo.
¿Por qué, alma mía, desfalleces y te agitas por mí? Espera en Dios: aún le alabaré, ¡salvación de mi rostro y mi Dios! En mí mi alma desfallece. Por eso te recuerdo desde la tierra del Líbano hasta Palestina, a ti, montaña humilde.
Abismo que llama al abismo, en el fragor de tus cataratas, todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí.
De día mandará el Señor su gracia, y el canto que me inspire por la noche será una oración al Dios de mi vida.
Diré a Dios mi Roca: ¿Por qué me olvidas?, ¿por qué he de andar sombrío por la opresión del enemigo?
Con quebranto en mis huesos mis adversarios me insultan, todo el día repitiéndome: ¿En dónde está tu Dios?
¿Por qué, alma mía, desfalleces y te agitas por mí? Espera en Dios: aún le alabaré, ¡salvación de mi rostro y mi Dios!
Te conocí, Padre, y ya no puedo olvidarte.
Tu imagen entró en mí y me invadió;
todo es vano, desde entonces, sin tu presencia.
Preparas mi Camino con detalle,
lo trazas paso a paso sin olvidar mis anhelos.
Yo quiero correr, tomar el atajo, llegar cuanto antes.
Por eso me desespero: ¿Dónde está mi Dios?
El Camino hay que recorrerlo todo,
sin evitar ni una cuesta ni un recodo.
Esperaré en ti, te descubriré en tu silencio;
esperaré, aunque todo se marchite en torno a mí.
|
|