anterior

índice

siguiente

una nueva alianza

Salmo 044

Oh Dios, con nuestros propios oídos lo oímos, nos lo contaron nuestros padres, la obra que tú hiciste en sus días, en los días antiguos, y con tu propia mano.
Ellos, débiles, sólo protegidos por la fe, vieron caer a pueblos poderosos que confiaban en sus armas y estrategias. Ellos en cambio no confiaron en sus armas, sino que se pusieron en manos del que ama, y así encontraron el Amor del que todo lo puede. Los anhelos del corazón de aquel pueblo se vieron así cumplidos.

Tú sólo, oh Rey mío, Dios mío, decidías las victorias de Jacob; por ti nuestros adversarios se hundían a nuestro paso, por tu nombre nuestros agresores se destruían a sí mismos.
No estaba en mi arco mi confianza, ni mi espada me hizo vencedor; que tú nos salvabas de nuestros adversarios, tú cubrías de vergüenza a nuestros enemigos; en Dios todo el día nos gloriábamos, celebrando tu nombre sin cesar.
Y con todo, nos has rechazado y confundido, no sales ya con nuestras tropas, nos haces dar la espalda al adversario, nuestros enemigos saquean a placer.

Como ovejas de matadero nos entregas, y en medio de los pueblos nos has desperdigado; vendes tu pueblo sin ventaja, y nada sacas de su precio.
De nuestros vecinos nos haces la irrisión, burla y escarnio de nuestros circundantes; mote nos haces entre las naciones, meneo de cabeza entre los pueblos.
Todo el día mi ignominia está ante mí, la vergüenza cubre mi semblante, bajo los gritos de insulto y de blasfemia, ante la faz del odio y la venganza.

Nosotros quisimos poseerte, quisimos tomarte como propiedad privada y utilizarte contra todos los demás pueblos de la tierra. Como si tú no fueses Padre de todos los hombres, sino sólo nuestro. Y ahora hemos de reconocer que no adorábamos al Dios de todas las cosas, sino al Yahvé que nos habíamos fabricado.
La vieja alianza ha caído: Tú nos posees a nosotros, pero no nosotros a ti.
Tu Ungido ahora nos muestra el Camino: se ha abierto una nueva alianza donde ya no hay favoritismos arraigados en herencias institucionalizadas ni leyes humanas, sino que sólo hay autenticidad del ser, Verdad en el corazón, Templo del Espíritu.

Hemos reconocido nuestras culpas. Hemos reconocido a tu Ungido. Nosotros hemos abierto los ojos, ahora falta que Tú, Señor, nos muestres tu Luz.
¡Despierta ya! ¿Por qué duermes, Señor? ¡Levántate, no rechaces para siempre! ¿Por qué ocultas tu rostro, olvidas nuestra opresión, nuestra miseria?
Pues nuestra alma está hundida en el polvo, pegado a la tierra nuestro vientre. ¡Alzate, ven en nuestra ayuda, rescátanos por tu Amor!

anterior

índice

siguiente