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las armas contra la traición

Salmo 055

Escucha, Padre, mi oración; mira que no te hablo por capricho: ¡De verdad te necesito!
Dentro de mí, el mal quiere hacerse fuerte; fuera de mí, el mal intenta seducirme; ¿es que no hay ya refugio en ti, Padre mío?
Mi cuerpo y mi espíritu, todo en mí está sobresaltado. Como por un torrente furioso me veo sacudido, ¿a dónde me conduces, Papá?

En mi corazón desearía ser fuerte para imponerme sobre mi enemigo, para atemorizarlo y pisotearlo.
Veo a los hombres engañados por el mal, cómo se ríen, cómo disfrutan con mi angustia. Sólo desearía verlos morir en una agonía humillante.
Si yo fuera fuerte como mi corazón desea, sería peor que todos ellos juntos.
Si tú humillaras a los hombres engañados por el mal hasta hacerlos reventar, no serías mi Padre misericordioso, Padre de todos los hombres.

¡Pero yo no puedo sentir esa misericordia que me une a ti, la que me hace hijo tuyo!
Si el que me hiciera daño fuera mi enemigo declarado, quizá con dolor podría llegar a perdonarlo, pero el que me daña es aquél en quien yo confiaba, del que yo hablé bien en todas partes, al que puse como ejemplo de tu Amor divino.

Mi impotencia para amar no me separa de ti, en cambio mi deseo de perdonar, mi deseo de ser portavoz de tu misma misericordia, este deseo llega a tus oídos. Tu abres para mí un recinto de Paz desde donde es posible perdonarlo todo.
La blasfemia de los hipócritas ya no me indigna. No espero verlos arrastrándose como animales, sino que confío en su conversión.

El que en ti descarga su peso, nunca caerá aplastado. El que en ti pone sus angustias, encontrará el refugio interior de la Paz que no se acaba.
Tú humillas al ser humano para salvarlo, lo desnudas y lo dejas caer para poder sacarlo luego del pozo negro, cuando sea capaz de reconocer su ignorancia. Sabio es aquél que sabe dónde está la vida; a partir de ahí, todo lo demás llega por sí solo.

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