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fragilidad del hombre

Salmo 090

Padre nuestro, Tú no nos creaste fuera de ti, no estabas ocupado en otras cosas cuando comenzamos a existir en este mundo, sino que asomamos como parte de ti mismo, algo tan unido a ti como cada uno de sus miembros están unidos al cuerpo de un hombre.
Nada que haya asomado en el cosmos en el que existimos ha permanecido fuera del Orden que Tú has concertado para todas las cosas, desde el inicio de los tiempos, hasta que los tiempos se consuman.
Tú llevas toda tu creación contigo, no la dejas inerte ni la abandonas a unas leyes que se ejecutan sin tu presencia, sino que continuamente la desplazas en ti buscando ese Orden perfecto que sólo puede generar el Amor.
Son las cosas mismas las que se vuelven inertes, se solidifican y ya no pueden seguirte. Entonces mueren.

Por nuestra soberbia somos consumidos, por nuestra obstinación anonadados. Tú nos muestras nuestras miserias para que podamos liberarnos de ellas y caminar ligeros y cada vez con más alegría, pero el ser humano, por su soberbia, piensa que Aquél que le muestra sus miserias, sólo lo hace para humillarle y hundirle. Entonces dice: “Por tu cólera somos consumidos, por tu furor anonadados.”
Queremos alcanzar la estabilidad sobre los cimientos de la solidez, pero todas cosas sólidas se agotan por su cerrazón, se rompen por su fragilidad, y se mueren. Tú continúas tu camino, el que no sea capaz de caminar contigo y quede atrás, ése morirá con todo lo mortal del universo.
En la fe, el hombre rompe su solidez y puede caminar en el vacío. En el Amor no hay lugar cómodo para el ser humano que no sea en el propio caminar. Por la fe y el Amor, el ser humano puede conservar la alegría de una ilusión: una esperanza en la que nunca quedará defraudado.
¡Que se vea tu obra con tus siervos, y tu esplendor sobre tus hijos! ¡La dulzura del Señor esté con nosotros! ¡Confirma Tú la acción de nuestras manos!

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