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oración en la desgracia

Salmo 102

Padre, escucha mi oración, que lleguen a tus oídos todas mis palabras;
no dejes de responderme ahora, que de verdad que me he abandonado a tu voluntad.
Mi vida se consume en frustraciones y fracasos, preguntas sin respuesta;
mis ilusiones se desvanecen: ¡no tengo vida que ofrecerte!
Mi corazón se seca y ya no encuentro alimento que me levante el ánimo.

Como un sonámbulo camino todo el día detrás de lo que no existe,
espero y espero con anhelo aquello que nunca llega,
y cuando todos celebran sus éxitos, yo aun sigo esperando.
Me miran compasivamente, con paternalismo insultante;
para ellos, mi desánimo realza aun más el esplendor de sus triunfos.

¿Va a consumirse toda mi vida sin que Tú me muestres un solo rayo de tu Luz?
No por mí, sino por aquellos a los que has conducido por los mismos caminos,
déjame ver que mi esfuerzo y mis desvelos dejarán algún fruto,
no permitas que tome el mando la inutilidad que sólo se complace en desechar,
sino que yo pueda ver los jardines de tu Reino antes abandonar esta vida.

Las puertas del Reino son puertas de desolación y abandono,
los atrios del Reino, lugares donde la fe más poderosa sucumbe.
El que no haya entregado el Padre hasta lo último que le sostiene
no puede pretender tomar posesión del Reino de los Cielos.
Nada puede esconderse, nada puede ser poseído ni retenido:

En la completa desnudez y desprotección los hombres conocen a Dios,
le miran cara a cara, y llegan a ser semejantes a Él.
La verdadera fe es lo que queda cuando toda nuestra seguridad se ha desvanecido,
la verdadera posesión es lo que está a nuestro alcance cuando ya no tenemos nada.
Se nos ha despojado de nuestras corazas y de todas nuestras armas:
Ahora podemos decirlo: El Rey nos ha dado la victoria.

Ojalá nunca lo olvide: Tú, Padre, siempre el mismo, no cambias de parecer.
Para tus hijos una morada que no tiene fin, porque tampoco tuvo principio.

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