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un banquete para los hambrientos

Salmo 106

¡Aleluya! ¡Dad gracias al Padre, porque es bueno, porque es eterno su Amor! ¿Quién tendrá ojos para ver e inteligencia para comprender las obras del Amor? ¡Dichosos los que buscan la Justicia y no desprecian a ninguna criatura bajo el cielo!
¡Acuérdate de mí, Padre, por tu eterno Amor; ven a renovarme, para que mi dicha sea dar un testimonio fiel a la Verdad, y que mi única alegría sea ver la solidaridad entre los hombres afianzada sobre la tierra!
Tú no te enconas con nuestros desprecios, ni acumulas en tu corazón odio por nuestras riñas: Basta que un ser humano gire hacia ti su mirada, y ya te olvidas de todos sus insultos a la Justicia.
El Padre salva ostensiblemente a todos los que se a Él se sujetan, y no lo hace como una exhibición de poderío, sino sólo para infundir confianza y esperanza en todo aquél que sufre sin consuelo.
Nuestros adversarios comprueban cómo el Padre nos sostiene, pero ellos prefieren fracasar desde la altura de su propia cátedra que cederle la autoridad al que todo lo hace bien.

Incluso nosotros, que una y otra vez hemos comprobado tu misericordia, y que sabemos, porque Tú nos lo has demostrado, que nada es imposible para ti, incluso nosotros muchas veces preferimos utilizar nuestros recursos humanos que proponer nuestras pretensiones a tu juicio, exhibirlas en tu presencia.
¿Hace falta caer de bruces en el polvo para reconocer la inutilidad de nuestras fantasías, de nuestras ambiciones caprichosas?
Luego decimos, “¡Padre, no te alejes de nuestros afanes!”, y decimos bien, que estos afanes son exclusivamente nuestros, y nada tienen que ver con el Amor. Por eso no hay respuesta del Cielo.
Ya no nos interesa la ternura del Padre, sus caricias en la sencillez de la verdadera humildad nos cansan, ahora nos sentimos fuertes, buscamos una utilidad más ostentosa para todo ese derroche de Amor.
Un Reino de Justicia, de Paz y de Amor, ya existe en el espíritu, sólo falta que nosotros lo manifestemos en nuestras vidas, que demos testimonio real de su existencia para que muchos seres humanos que viajan sin destino, puedan encontrarse a sí mismos. Sin embargo preferimos discutir y pelearnos. Se oye decir: “Nosotros somos los verdaderos, Dios nos apoya pues observamos las leyes y las tradiciones originales.”
En la rivalidad, las puertas del Reino están cerradas. ¿Quién obtiene beneficios de nuestras riñas? ¿Qué dios-padre es ése que mira a sus hijos luchando, y toma partido por unos para mofarse y destruir a los otros?
Las puertas del Reino no están abiertas para los camorristas, para aquéllos que condenan a sus hermanos, que les infaman y desacreditan; ni para los prepotentes que excluyen todo lo que no está bajo su dominio, pretendiendo tener a Dios agarrado y sometido por su alianza y sus compromisos.

El Padre nunca abandona, porque no hay fisuras en su Amor ni tiene nada de qué protegerse; nunca se aleja, porque no puede estar lejos Aquél que está en todas las cosas; nunca se enoja, porque la única fidelidad que espera encontrar es la que Él mismo ofrece.
Aquél que viaja a través del mundo por el camino de la solidaridad, de la Justicia, de la reconciliación, ése sentirá en su corazón la inconmensurable recompensa de la Paz. No importan sus ideas, ni que sepa o no de dónde viene el manantial que le alimenta: Dios se lo llevará consigo en el último día a participar del banquete nupcial entre el Cielo y la Tierra.
Pero estos manjares que el Padre ha reservado a los soldados de la Paz, no serán ofrecidos a aquéllos que ya han comido hasta reventar, su propia ración y también la de sus hermanos. No hay sitio en un banquete para un hombre ahíto.

¡Padre, Tú eres puro Amor: No permitas que el mundo nos sacie, no permitas que la belleza de lo cercano nos ciegue y no alcancemos a ver esa Belleza que ya existe en el espíritu, y que está al alcance de nuestras manos!
¡Bendito seas, Padre, Dios Amor, por la hermosura de tu Camino, por el talante de tu Gloria!
Que llegue el día en el que todo el género humano diga: ¡Amén!

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