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alabad al Señor sus siervos todos

Salmo 135

¡Aleluya!
Tengamos un tiempo para la alabanza, que nunca será tiempo malgastado.
Consumamos tiempo de nuestras vidas en reconocer públicamente y con entusiasmo la ternura y la grandeza del Amor:
La ternura de un niño recién nacido, porque del Amor brota el candor, y todo lo renueva en la Vida entusiasmada que no tiene otro objetivo que generar Paz y felicidad.
La grandeza de quien todo lo abarca porque todo lo ama. Y así reúne en un solo Espíritu las cosas más alejadas lo mismo que si fueran hermanas.
No tengamos miedo en manifestar nuestra alegría y nuestro regocijo, que así abrimos las puertas de nuestro ser para que el Amor nos impregne y cale hasta nuestras entrañas.

Los déspotas se le oponen pero Él no ofrece resistencia. Pasa el tiempo y la vida del déspota se acaba, pero del Amor brotan miles de retoños, miles de nuevas promesas.
Él no da muerte a los poderosos injustos que extorsionan al pueblo, sino que hace llover sobre ellos lo mismo que hace llover sobre los justos. Pero los poderosos mueren y no tienen a dónde agarrarse para salir de la fosa, sin embargo los justos serán recompensados. Los justos, no son aquéllos que cumplieron las leyes, sino los que buscaron la Justicia en la dificultad e incluso en la imposibilidad, ésos serán los que obtengan su recompensa, porque no existe dentro del universo, en ningún rincón del cosmos, ni un solo deseo puro que no sea satisfecho por el Amor del Padre que todo lo engendró.

La razón se estira y dice ser dueña de todas las cosas, se pavonea y pretende tener bajo el control de sus leyes la naturaleza entera.
Pero la razón sin el espíritu es como un gran castillo de arena mojada bajo el sol ardiente: En su arrogancia, mata su propia vida.
¡Pobres de aquellos que ponen la verdad en manos de la razón! Cuando la vida les lleve hasta la frontera de la lógica, se derrumbarán porque un hombre sin el candor del espíritu es como un árbol plantado en medio del desierto.
Nosotros bendecimos al Amor, y así nuestras raíces penetran hasta las entrañas del universo. Nuestro espíritu siempre está húmedo, y aunque nuestro cuerpo llegue a morir, nuestra identidad habrá quedado a buen recaudo.
El cosmos nada olvida, todo lo recuerda. Los que están asidos a Aquél que siempre reverdece, con Él reverdecerán.

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