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perdónales, Padre, porque no saben lo que hacen

Salmo 140

Acércame, Padre, al hombre de malos sentimientos, déjame dar testimonio de tu Amor ante el violento, que en su corazón maquina la destrucción de sus hermanos, y sólo piensa en competir para ponerse por encima de su prójimo. 
¿Acaso vino tu Ungido a reunirse con los justos? ¿Acaso rehusó Él la compañía de los despreciables? Adúlteras y prostitutas eran sus amigas. Publicanos y pecadores eran sus apóstoles. 
La misión de tu Ungido ilumina tu Verdad en mi corazón, le da a mi vida en este mundo una razón de ser. Las trampas de la violencia pueden alcanzarme, sus lazos pueden enredarse en mi cuello, mas nada de esto Tú lo permitirás sino para que, en tu providencia, el Nombre del Amor muestre su Fuerza ilimitada en mi mansedumbre. 

Yo le he dicho a Dios: Tú eres mi Padre, tu único Nombre es Amor; escucha la voz de mis súplicas por medio de tu Ungido, y protege mi espíritu y dame tu Luz para que yo pueda introducirme hasta en lo más oscuro de la maldad humana. Deja que el violento consiga derribarme para que así tu Gloria se manifieste delante de sus ojos.
No destruyas a ninguno de tus hijos, ni siquiera al más perverso, no los hundas en el abismo y mantén siempre tu mano abierta junto a ellos, dispuesto a rescatarlos de entre sus propios excrementos en los que se están ahogando.
Mas a los pobres y débiles, Papá, protégelos en tu regazo, y a los que buscan la Justicia, ábreles los ojos del espíritu para que puedan ver que ningún afán justo de ninguno de tus hijos quedará insatisfecho por siempre.

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