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cómplice de Dios

Salmo 141

¡Padre, seamos cómplices de una misma causa!
No tardes en responderme cuando deposito en ti mis anhelos: Hazlos tuyos, así como yo me ocupo de tus asuntos y hago mío el impulso de tu Amor. Así reconoceré la amistad que nos une hasta el extremo de la fusión de mi espíritu y tu Espíritu.
Pon un guardián en mi boca y moldea mis ideas, para que toda palabra que en tu Nombre yo pronuncie, tenga la autenticidad de tu sello.
Que el placer de mi vida no se deleite en sí mismo, sino que sea un estímulo para una lucha más arriesgada; que mi gratitud por el goce que me regalas me impulse a un compromiso cada vez pleno por la causa que nos une.
Cuando los oídos de mi espíritu se cierren a tus advertencias, envíame, Padre, hombres justos que me corrijan con el Poder de tu Amor, para que se deshagan los velos que me ciegan y yo pueda volver a escucharte desde lo profundo de mi interior.
No permitas que la frivolidad del mundo ponga su semilla en mi corazón, antes bien, permíteme a mí poner la semilla de tu Amor en la frivolidad del mundo.
Yo recuerdo cuando dije: “Como piedra de molino estrellada por tierra son esparcidos mis huesos a la boca del seol.” Y desde la muerte de mis ambiciones humanas, tu recompusiste mi cuerpo y me permitiste renacer en el Espíritu para una ambición sagrada.
Desde entonces mis ojos están fijos en ti, no existe en mi mente ni un solo pensamiento en el que yo me esconda de tu presencia. Ni siquiera cuando hago mal te empujo fuera de mí, ni me oculto bajo la red vanas justificaciones. Por eso nuestra amistad perdura.
Deshágase la frivolidad dentro de su propio vacío, y el Amor muestre el valor de tu eternidad.

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