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súplica del oprimido

Salmo 143

Papá, sé que cuando te hablo Tú siempre me respondes.
Tu lealtad sin límites no hace excepciones.
Tú no desprecias a nadie, ni siquiera en su injusticia.
Si así fuera, jamás tampoco me escucharías a mí.
Pero no me basta con que me respondas,
es necesario que me abras los oídos para que yo pueda escucharte.
El mundo material se muestra como un coloso inexpugnable,
dueño de todo, incluso de mi propia vida.
En sus torres mira con altivez, en sus sótanos encierra toda ilusión noble,
bajo tierra deja morir el espíritu.
Pero no ha sido por la misericordia del mundo material por la que yo estoy vivo,
sino por tu inmenso Amor.
Me acuerdo de cada detalle de la obra que has realizado conmigo:
El coloso me había sentenciado a muerte,
pero desenterraste mi espíritu de la oscuridad sin esperanza,
liberaste mis ilusiones de la prisión de sus sótanos.

El mundo material me oprime, los hombres cierran sus oídos
y sus ideas se solidifican, la soledad me rodea.
Pero Tú soplas con tu aliento y deshaces el acero,
tu presencia desbarata los cimientos de las torres.
Tú me lo dices, y no termino de aprenderlo:
Mi temor es mi peor enemigo; mi inseguridad, mi derrota.
Sólo aquello que desprecio tiene fuerza para derribarme,
con mi Amor todo se vuelve frágil y moldeable.
No ilumines mi camino en la distancia,
no sea que yo planifique y me endurezca en la obstinación,
ilumina sólo el paso que he de dar hoy,
pues tal vez mañana mis pasos hayan de cambiar de rumbo.
El Norte de tu Estrella no cambia nunca,
pero yo no sé dónde está la tormenta, ni el abismo, ni los ladrones.
Por tu Nombre, Padre, dame vida,
para que la obra que has emprendido conmigo pueda alcanzar su Cenit.

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