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himno al Dios de los pobres

Salmo 146

¡Alaba al Amor, alma mía!
A mi Padre, mientras viva, he de alabar, mientras exista sobre la tierra, mi corazón cantará sin cesar en gratitud por el inmenso Amor de mi Dios.
No pongáis vuestra confianza en los poderosos del mundo, que no son más que hombres, y que no pueden salvar las almas, antes bien, trabajan para someterlas y acrecentar así su poder sobre la tierra. Luego mueren, su cuerpo su pudre bajo tierra, y todas sus fantasías desaparecen.
Feliz aquél que tiene su apoyo en el Amor, en el santo Nombre del Padre de todas las cosas, del Cielo y de la tierra, del mar y de todo cuanto el universo contiene. Él es leal, no cambia de parecer ni se le nublan los ojos. Él hace Justicia a los oprimidos, da el pan a los hambrientos y libera a los que están presos de la angustia del vacío interior.
El Amor es capaz de abrirnos los ojos a todos nosotros, ciegos a la Verdad, y no aplasta al que se encorva, sino que lo endereza.
El Padre hace morada en el corazón de los justos, cuida y protege al forastero, a los marginados les da cobijo. Pero al que se separa del Amor, Él no puede ayudarle, porque Él respeta la libertad del hombre, no atrae hacia sí a la fuerza, sino que se ofrece en un Sacrificio Santo de Amor, por medio de su Ungido, el Rey.
El Amor reina para siempre, nuestro Dios en el Reino del Amor: la Nueva Jerusalem, desde el principio hasta el fin de los tiempos.

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