KYRIE ELEISON

     

aprisco

   

 

      E

libro 1 - capítulo 1-a


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  Morir al mundo no es darle la espalda, porque si lo situamos detrás de nosotros nos hacemos aun más vulnerables a él. Morir al mundo es entrar en la ley y atravesarla con dolor y sufrimiento hasta alcanzar la Nada.
Pero esto no será nunca un acontecimiento aislado y definitivo, sino un talante, una forma de sentir que debe ser renovada continuamente en el impulso de nuestro ser en una sola dirección: Jesucristo.
Ningún hombre, por sí mismo, puede entrar en la Nada, porque la Nada es la sensación más profunda de soledad y muerte que el hombre pueda sentir.
Es necesario un Espíritu que nos empuje: Jesucristo abrió este Camino con su muerte y resurrección, y, solamente lleno de su Espíritu, el hombre puede recorrerlo para alcanzar la Vida que no termina porque está sustentada en la Verdad.

No existe explicación que pueda hacer entender al mundo estas palabras, por eso mi testimonio, aun sin ser selectivo en sí mismo, sólo podrá ser útil para aquellos elegidos por Dios para habitar en su casa.
Testimonio dio Jesucristo, y también lo han dado sus elegidos a lo largo de la historia. Y testimonio debo dar yo también, porque la Verdad, siendo siempre la misma, se renueva en cada instante.
Y siempre resonarán las palabras de nuestro Señor: “El que tenga oídos para oír, que oiga.”

La Palabra de Dios llena nuestro corazón y nuestra mente. La retenemos en nuestra mente, que es donde está la ley, para que no se apague en el corazón, que es donde está el Amor.
Dios me empujó dentro de la ley sometiéndome a no más pruebas que satisfacciones, porque Él es cariñoso y no somete al hombre a nada que no pueda soportar. Fue arrancándome del mundo poco a poco, a veces sin mucho dolor, a veces en una lucha en la que mi ser se rebelaba y yo quedaba sumido en una oscuridad muy profunda y tenebrosa.
Llegó el día de arrancar de mi mente su propia Palabra, para que la Verdad de mi corazón resplandeciera por sí misma. Menos me hubiese dolido que me arrancaran un brazo.
Le dije una y otra vez: “Señor, arrancarme de la ley es arrancarme de las instituciones, ¡es arrancarme de la iglesia!”
Hasta que Él me respondió: “Tú eres mi Iglesia.”

Durante mucho tiempo medité sus palabras sin llegar realmente a comprenderlas, hasta que Él me iluminó nuevamente.
¿Qué es la verdadera Iglesia de Cristo?: La verdadera Iglesia de Cristo es la comunión de los santos, es el Reino de los Cielos instaurado aquí, en la tierra, hasta que, al final de los tiempos, pueda trascender físicamente a la casa del Señor.
La Iglesia de Cristo está formada por todos aquéllos que verdaderamente hemos muerto al mundo, y ya no somos capaces de poner nuestro corazón en otra cosa que no sea el Amor mismo, que es Dios.

Si no es desde aquí, ¿cómo podría yo saberlo?
Es necesario que los elegidos estemos en el mundo aunque no seamos de él, porque sin esa Luz, ¿cómo abrir Camino para los que vienen detrás de nosotros?
Dios me llama a dar testimonio de lo que veo, pero un hombre lleno de Amor es tan frágil dentro del mundo que, si Dios no le autoriza, su testimonio se quedaría ahogado instantáneamente en la dureza y en la brutalidad de los hombres guiados por la ley.
Dios me dijo, no una vez, sino muchas: “Yo te doy toda autoridad.”

Un extranjero no puede inmiscuirse en los asuntos de un país que no es el suyo, ¿qué autoridad habría de tener yo en el mundo? Sólo una: La de decir la Verdad.