KYRIE ELEISON

     

aprisco

   

 

      E

libro 1 - capítulo 5


anterior - índice - siguiente

             
  La fe es el movimiento integral del ser humano en una dirección, no es la certeza de un estado de cosas.
La fe que acomoda al hombre dentro de un sistema de ideas donde cada cosa se define según el criterio de “verdadero-falso”, ésa es una fe lógica, pero no es la fe auténtica que emana del mensaje cristiano.
Cuando los hombres se han acomodado, han hecho una interpretación de las escrituras que les permite vivir tranquilos y confiados, y todo ha alcanzado la estabilidad, entonces ya todo pertenece al mundo, nada pertenece a Dios.

Cuando aparece una conjetura racional a unos criterios establecidos, la amputan. Cuando aparece un sentimiento que contradice el sentir ortodoxo, lo cortan de raíz. Y así generan seres mutilados, desintegrados, incapaces de discernir, que viven en el continuo temor de que algo exterior haga tambalear sus frágiles certezas.
En las iglesias se cuentan historias fantásticas sacadas del antiguo testamento en las que Dios participa con palabras explícitas, lleva y trae a los hombres, hace y deshace de una manera directa, tangible. Y todo ello es escuchado con atención y al final dicen “Palabra de Dios”.
Todo ha sido perfectamente ubicado y estructurado en un sistema de ideas que no les agrede, no les desestabiliza, porque son cosas del pasado. Hay que creérselas y nada más. Dios ya habló, dijo lo que tenía que decir y, “gracias a Dios”, ya todo se ha normalizado.

Lo que es del mundo, crece a la manera mundana. Ya que en el fondo de sus corazones no tienen la convicción de la autenticidad de Cristo, necesitan agarrarla y asegurarla mediante procedimientos mundanos que no parten de la pureza del corazón, sino de la ornamentación racional que, mientras más confusa sea, menos ostensible resulta su pobreza espiritual.
María, madre de Jesús, se ve acosada por una serie de conjeturas absolutamente inoportunas en las que se cuestiona su “virginidad posparto”, y otras cosas relacionadas con ella, con Jesús, y aun con cuestiones menos afines e incluso no afines, de modo que poco a poco se va formando un sistema cada vez más alejado de Dios, en el que, además, se pone el sello de “dogma”: Todo hay que creérselo.

Luego salen al mundo a dar la buena noticia, y muchos de ellos verdaderamente no saben cuál es la buena noticia. Pretenden que mentes sanas se traguen un sistema de ideas caótico e impositivo. Cuando estas mentes lo rechazan, los predicadores dicen para sus adentros: “el demonio ha endurecido sus corazones”.

¡Qué lejos están de Dios! Sus sólidos y “santos” criterios producen una inmensa tristeza divina. El mensaje cristiano se abre camino por medio de un puñado de hombres que han entendido, por encima de este sistema ideológico que les oprime, que la única clave verdadera de este mensaje es el Amor sustentado por el Espíritu de Cristo; es la muerte en el mundo que lleva a la resurrección en el Reino. Y nada más.

La fe es un impulso que nace desde el interior del hombre y lo pone en movimiento. No está sustentada por la razón, no se acomoda en nada ni busca el bienestar mundano, sino que lleva al hombre al convencimiento de que existe una realidad, muy superior a la que nos rodea, que sólo se alcanza en el Amor y por medio de la muerte.
Entonces Jesucristo hace acto de presencia, por medio de una palabra, por medio de una serie de acontecimientos, y este hombre llega a la convicción de que la inquietud que hay en su corazón y Jesucristo son una misma cosa.

Este hombre no se mutila a sí mismo para poder creer, sino que recoge todo su ser, con sus contradicciones y sus dudas y sus inseguridades, y se lo ofrece a Él, a Jesucristo, y Él hace el milagro: Une lo que es diverso, concilia lo que es contradictorio, e integra plenamente el ser de este hombre en una dirección espiritual que le lleva a la Verdad. Que es la Verdad de la que yo soy testigo.