KYRIE ELEISON

     

aprisco

   

 

      E

libro 1 - capítulo 6-a


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  Yo amo a mi iglesia católica. Y no con un amor compasivo ni paternalista, sino con Amor verdadero y con admiración. ¿Cómo iba yo a encontrar a Cristo en el seno de mi iglesia si Él no estuviera allí?
Veo los frutos de mi iglesia por todas partes del mundo, sus gestos de Amor son incontables.
Los católicos tenemos también una referencia importante: el Papa. No se trata de rendirle al Papa una adoración que sólo pertenece a Jesucristo, pero este símbolo de autoridad permite que podamos mirarnos unos a otros en la esperanza de una progresiva unión fraterna, movida por la purificación de nuestras comunidades.

Yo amo a mi iglesia católica. También Jesús amó a su pueblo y se sintió verdadero judío, y a ellos, los primeros, vino a traer su mensaje.
Por eso lo digo: verdaderamente me siento católico.
Y hago hincapié en ello porque entiendo que es diferente hablar de los errores ajenos que de los propios.
Así como yo, en mi casa, me expreso con libertad y no cuido demasiado las apariencias ni me muestro con actitudes postizas, porque el amor me justifica: no se me mira como un intruso que viene a destruir, sino como parte de la familia. Así también, yo no me considero un intruso dentro de mi iglesia. Digo lo que yo creo que Dios pone en mi corazón, porque quiero ser auténticamente cristiano y no acomodarme en un sistema religioso para poder vivir despreocupado.
Puedo equivocarme y puedo estar muy acertado. Pero en mis errores y aciertos nunca habrá ni soberbia ni vanagloria, porque lo que realmente me interesa es la voluntad de Dios, y no mi propio protagonismo.
Si en la humildad y movido por el Amor yo veo algo que me resulta evidente, entiendo que es mi obligación expresarlo. Porque si ello aporta algo, enriqueceré a otros, y si no aporta nada porque yo estaba en el error, doy la oportunidad a esos otros para que me corrijan y así enriquecerme yo mismo.

Yo he muerto al mundo, no como un logro puntual e irreversible, sino como una lucha constante llena tropiezos y victorias. He abierto mi corazón a Dios, y busco su voluntad más que la comida o el sueño. Dios me habla y yo me siento capaz de expresar con palabras las cosas que Él me dice con su Amor. Y pasa el tiempo y Dios confirma en mí sus palabras con todas sus predicciones.
Si, con todos los signos que me ha dado, yo no creyera que Él me habla, tendría que estar loco o ser un soberbio incorregible.
Pero si yo, desde lo más hondo de mi corazón, creo que Dios me habla, y al tiempo pertenezco y amo a mi iglesia, ¿cómo guardar silencio y apropiarme sin derecho de aquello que yo creo que Dios me dice?

Si hablo, se me mira como a un desequilibrado con delirios de gran profeta. Si callo, un dolor y una tristeza me matan en el corazón, y me siento cobarde, vacío, sin fe. Llegado el momento, Dios me impulsa y escribo.
Nunca escribo por mi propia iniciativa, ni premedito el contenido de mis escritos. Dios no me habla de una vez por todas, y luego yo tengo que recordar lo que me dice para poder escribirlo. Dios renueva sus mensajes de Amor en cada instante, y la Verdad me la repite justo cuando yo estaba a punto de olvidarla. Y siempre es nueva aunque pueda ser expresada con las mismas palabras.

Mi Amor por la Verdad, por Jesucristo, es inconmensurablemente mayor que mi Amor por mi iglesia católica. Esto también hay que decirlo, porque fuera de la iglesia católica existe la salvación, pero fuera de Jesucristo no.
Por eso, cuando yo le decía al Señor: “¿cómo voy yo a arremeter contra mi iglesia, que es mi madre, y que es también seno espiritual de mis hermanos?”, Él siempre me respondía: “tu madre y tus hermanos son aquéllos que escuchan mi palabra y la cumplen.”