KYRIE ELEISON

     

aprisco

   

 

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libro 1 - capítulo 8


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  La muerte del Reino en la tierra será una réplica de la muerte de Jesucristo, pues por el mismo Camino que Él trazó con su muerte y resurrección, habrá de pasar el Reino para poder trascender físicamente hasta el Cielo.
En la pasión de nuestro Señor hubo, en esencia, tres personajes: Pilato, Judas y el propio Jesús.

Pilato, símbolo del poder mundano, es el mundo mismo, el que ha de crucificar al Reino. Pero no es Pilato el Mal, sino un esclavo del Mal.
El Mal esclaviza a los hombres, pero no puede hacerlos hijos suyos, los engaña hasta que la Luz resplandezca. Entonces ellos, los esclavos, podrán ser liberados.

Jesús es el Reino de los Cielos en la tierra, los siervos de Dios, y este Reino debe morir para poder resucitar. Pero el mundo no puede crucificar a quien no es del mundo, porque no se siente agredido y ni siquiera alcanza a comprender el significado de sus palabras. Para el mundo, el cristianismo es pura necedad, no vale la pena ni detenerse a juzgarlo.
Hace falta pues un traidor, que no hay que buscarlo fuera de las instituciones, sino dentro. Éste es el nuevo Judas, el que, estando dentro, ha de traicionar el Reino para que pueda ser crucificado a manos del mundo.

Judas, ¿quién es Judas? Judas Iscariote no fue un personaje aislado, fue el delegado de todo un pueblo. Judas es Judá, no el patriarca, sino el pueblo judío, el elegido. ¿Cómo es posible que un elegido sea un traidor? ¿No sería más fácil pensar que la traición viene de un intruso, de un impostor?
No. Es así como sucede:

Los hombres llaman a Dios, y Él acude a la llamada llenándolo todo de su Luz. Ese hombre del mundo que llama a Dios, se verá confortado por Él; sin sacarlo del mundo, Dios lo bendecirá.
Pero a la Luz de Dios, determinados hombres toman conciencia de que no son del mundo, porque poseen una fuerza que les permite desasirse de todo lazo mundano para poder alcanzar otra realidad, que es la realidad a la que verdaderamente pertenecen: El Reino.
Éstos son los elegidos. Ni mejores ni peores que el resto de los hombres, simplemente llamados a cumplir la voluntad de Dios en otra dimensión, que es aquélla en la que realmente pueden ser eficaces.
Cuando este elegido por Dios se niega a abandonar el mundo y utiliza el Poder que Dios le ha dado para hacerse fuerte dentro del mismo mundo, entonces ocurre lo siguiente:
Llama a Dios, le invoca, pero se hace el sordo cuando es Dios el que le llama a él. Poco a poco el Espíritu va abandonando a este hombre, pero él sigue adorando a Dios sin desfallecer, y sigue negándose a morir al mundo con la misma insistencia.
Cuando el Espíritu ya no esté con él, ¿a quién estará adorando? Porque de seguro su adoración no es vacía: Alguien ha tomado el lugar de Dios y está aceptando para él, la adoración que viene de este hombre. Así, el dios impostor le termina por “prohijar”.

Este dios impostor es el Mal, y este hombre es el nuevo Judas.
Pero a este Judas no hay que buscarlo en personas concretas: en todo hombre que pisa la tierra hay un Pilato, un Judas y un Jesús. Hay que buscarlo más arriba, donde las fuerzas espirituales luchan sin contar para nada con los hombres.
El pueblo judío no respondió a la llamada de Dios, sino que, a pesar de haber sido el elegido, prefirió hacerse fuerte en el mundo con esta fuerza que Dios mismo le había concedido. Por eso, a alguno de ellos, dijo el Señor: “Vosotros no sois hijos de Dios, sino del demonio...”
(Pero hubo otro Judas, Tadeo, delegado también del mismo pueblo judío, y que reina con Jesucristo.)

Cuando Jesús dijo: “uno de vosotros me va a entregar” todos los apóstoles dijeron: “¿seré yo, Maestro?”
Eso mismo hemos de decir todos nosotros. En lugar de decir: “¡por supuesto que yo no soy un traidor!”, esforcémonos en descubrir e iluminar sin contemplaciones a ese Judas que está realmente en todos y cada uno de los hombres.
¿Cómo sabemos que nuestro Judas está prevaleciendo? Cuando el corazón se enfría y el Amor no brota a raudales. Cuando juzgamos a los hermanos y pretendemos que Dios esté de nuestra parte para así poder aplastar a nuestros rivales.
El hombre sólo se puede librar de ser un traidor cuando muere plenamente al mundo. Sin contemplaciones y sin sentimentalismos. Sin excepciones ni matizaciones.
Porque el que ha muerto al mundo, el Mal ya nada puede contra él. Si no pertenece al mundo, Dios lo recoge para llevarlo a su Reino. Y en la tierra, este Reino es la verdadera Iglesia de Cristo. Y ya lo dijo el Señor: “Las puertas del Hades no prevalecerán contra ella.”
¿Y qué hará este hombre que ha muerto al mundo y que no juzga porque está lleno de Amor?: Entregar su vida por todos los demás hombres, sin hacer ninguna excepción.

Así todo, cuando el tiempo se cumpla y el Reino deba morir, ese nuevo Judas: el Anticristo, aparecerá.
Así es el Anticristo: Se aferra al mundo haciendo uso del poder que Dios le ha regalado. Busca la Verdad para poseerla, no para ser poseído; para utilizarla, no para ser utilizado por ella. Asegura sus privilegios mediante leyes que, dice, vienen de Dios.
Subyace en todas las instituciones cristianas hasta el día en que ya cumpla definitivamente con su cometido: llevar a la muerte al Reino.
En aquel día, pondrá en boca de Dios sus propias palabras, que son las del demonio. Condenará a los hijos del Reino en el nombre de Dios.
¿Qué nos dice a cada uno de nosotros el Anticristo? Fijémonos en las tentaciones de Jesús en el desierto, se pueden resumir así: “Hazte fuerte en el mundo con el Poder de Dios.”

Con la misma severidad con la que Dios me lo dice, yo lo digo: ¡Que nadie se atreva a levantar el dedo para señalar a un hombre y decirle: “tú eres un Judas”! El que llame “Judas” a su hermano, así mismo será él señalado por Dios. Dice el Señor: “El que llame a su hermano ‘renegado’, ése será reo ante el Sanedrín.”

Nosotros no debemos mirar a los hombres, sino tomar conciencia de las fuerzas espirituales que luchan por encima de nosotros y que nos esclavizan. Que cada uno se mire a sí mismo. Cristo murió para la salvación de todos los hombres, sin ninguna excepción.
¿Quién puede afirmar, a pesar de las escrituras, que Judas Iscariote haya sido condenado? La misericordia de Dios no tiene límites. Aquí nos adentramos en un ámbito del conocimiento en el que jamás podremos discernir y que, por lo tanto, nos está absolutamente prohibido, como prohibida está la fruta del árbol del bien y del mal.
El que se adentra en este tipo de juicios estará cometiendo el pecado origen de todo pecado.