KYRIE ELEISON

     

aprisco

   

 

      E

libro 1 - capítulo 8-a


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  Cristo edificó un único Templo. Ese Templo, siendo uno solo, está en el interior de todos y cada uno de los hombres. Todos los que lo encuentran entran en una comunión espiritual que nada, ni del Cielo ni de la tierra, puede romper.
Nos reunimos en asambleas para alimentar esta comunión: ¡Qué difícil es para un hombre solo encontrar este Templo sin el alimento de la Palabra y la eucaristía! También nos reunimos para explicitarla: ahí Cristo se manifiesta con una fuerza capaz de deslumbrar al mundo.
Pero no nos engañemos: La verdadera comunión de los hijos del Reino en Cristo no está al alcance de nuestra vista.
Los hombres del mundo también se reúnen en grandes multitudes, y no existe verdadera comunión entre ellos.

Nosotros sólo vemos signos, pero Dios lo ve todo tal cual es.
El mundo crece en prepotencia y arrogancia, que no es la prepotencia y arrogancia de los hombres del mundo, sino del que los maneja a su antojo, que es el Mal. Si el Mal se ha ensoberbecido hasta el extremo que nosotros, por los signos, somos capaces de ver, es que la comunión espiritual de los hijos del Reino es verdaderamente poderosa, porque sólo apoyado en nuestra unión, el Mal puede amalgamar y yuxtaponer a sus esclavos.
Vemos iglesias divididas y enfrentadas y pensamos que el tiempo aun no se ha cumplido, pero estos signos no son sino sombras que pudieran ser significativas, y pudieran ser irrelevantes. No le es dado al hombre conocer ni la identidad de los Hijos del Reino ni la fuerza de la comunión entre nosotros. Yo sé que soy, pero no sé cuantos más hay junto a mí, ni en qué medida influyen en mí y yo en ellos. Algún día Dios me lo dará a conocer.
Dice el Señor: “No sabréis ni el día ni la hora.”
Los acontecimientos se pueden precipitar hoy, o dentro de muchos milenios. El mismo Jesucristo dijo: “ni siquiera el Hijo del hombre lo sabe” y también: “El Padre es más que yo.”
Estemos, pues, siempre preparados.