KYRIE ELEISON

     

aprisco

   

 

      E

libro 1 - capítulo 8-b


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  En mi sencillez Dios me habla, y desde mi sencillez yo doy testimonio. La célula viva más pequeña, una flor, un hombre, el género humano: todo obedece al mismo Señor, y para todos están escritos los mismos caminos.
Las piedras proclaman a gritos lo que yo aquí he descrito.
Pero mis palabras no son la Verdad, sino que son el fruto de la Verdad que está dentro de mí, y que nunca podrá ser sacada fuera.
Los siervos hablamos llenos del Espíritu. Cuando hemos terminado de hablar, Dios nos somete a situaciones en las que nos exhibimos, ante nosotros mismos y ante los demás, como hombres débiles y absolutamente indignos de decir lo que hemos dicho. Esto no lo hace Dios para desautorizarnos, sino para que ningún siervo del Reino se apropie de la Palabra que viene de Dios, ni en su sentir interno, ni ante los demás. “Siervos inútiles sois.”
El hijo del Reino no es el que ha convertido su vasija de barro en vasija de oro, sino el que ha sido capaz de discernir dónde está el barro, y dónde el tesoro que encierra. Y así se acercará a lo Alto sin perder de vista su propia fragilidad.
Por eso pido que no se me escuche a mí, ni siquiera a mis propias palabras: Pido que lea más allá de lo que está escrito. Yo no pretendo tener razón en nada de lo que he dicho, sólo sé una cosa: estas palabras nacen de una semilla verdadera. Esta semilla es lo único que hay que buscar, pero no en las palabras mías, sino en el propio corazón de cada cual.