KYRIE ELEISON

     

aprisco

   

 

      E

libro 2 - capítulo 01


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  Donde Dios siembra, allí mismo siembra el demonio. El trigo y la cizaña siempre crecen juntos.
Palabras de bendición y de denuncia parecen contradecirse. Esto lo vemos en los evangelios.
Hay algo que los hombres no saben discernir: El componente mundano que está firmemente unido al componente divino en todas las cuestiones espirituales.
Por arrancar la cizaña, arrancan también el trigo; por abonar el trigo, fortalecen la cizaña.
¡Creedme!, hasta en el acto de máxima piedad hay escondido un pecado.
Un hombre lucha por difundir el evangelio y cae en el pecado del moralismo impositivo. Otro permanece oculto para eludir este error y cae en un pecado de cobardía o desidia.

Al final sólo existe un camino: ponerse en manos de Dios en la conciencia de que en todo lo que hagamos, incluso en los actos más bienintencionados, hay una manifestación del Mal que necesita desposeerlo todo de su pureza.
Cuando el hombre es capaz de reconocer esto, de tomar conciencia y verlo con nitidez, entonces se abre un mundo de discernimiento muy profundo.
Ya no le mueve el empeño de cambiar las cosas, ya no intenta convencer a nadie de nada, ni siquiera intenta transformarse a sí mismo: Sabe que su empeño por hacerse merecedor del cariño divino es del todo inútil. Entonces llega Dios y le dice a ese hombre: “Te amo porque sí.”
A partir de ese momento el hombre actúa solamente movido por este Amor.

El pecado que veo en el mundo es mi propio pecado: esto lo veo con claridad. Si yo me viera a mí mismo justo y santo, no tendría ningún derecho a abrir la boca para censurar nada.
La Luz de Dios siempre es una denuncia. Lo que ilumina saca al exterior lo impuro de las cosas: separa el trigo de la cizaña.
El que condena a su hermano lo hace desde la perspectiva de su propia santidad, y entonces, al ser incapaz de ver dentro de sí mismo ese pecado que está viendo fuera, pierde toda autoridad: Intenta sacar la paja del ojo ajeno sin ver la viga en el suyo propio.
Pero el que le denuncia sin condenarle le está iluminando, le está salvando: A él, y a todo lo que depende de él. Pero sólo puede denunciar sin condenar el que ha reconocido en su interior el pecado que ve fuera. Porque, si le condenara, se estaría condenando a sí mismo.
Y no hablo del pecado como actos aislados, sino del pecado como condición humana que nos encadena a la muerte.

“Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Lo divino que hay en nosotros no debemos apropiárnoslo, sólo lo humano nos pertenece. ¿Qué es del César y qué es de Dios? Parece una pregunta sencilla, pero es complicada hasta el extremo: El hombre que llega a discernir plenamente qué es del César y qué es de Dios, ése ve las cosas con la misma mirada de Dios.
Lo humano debe quedar abajo y lo divino arriba. Cuando ambas cosas se mezclan, el hombre se hincha, se engrandece, pierde su sencillez, ya no es capaz de discernir. Bendice el trigo sin darse cuenta de la cizaña que esconde, y maldice la cizaña junto con el trigo que no ve.