KYRIE ELEISON

     

aprisco

   

 

      E

libro 2 - capítulo 02


anterior - índice - siguiente

             
  En una parroquia unos hombres se reúnen en el nombre de Jesucristo y descubren la grandeza de su gloria. En otro pueblo, muy lejano, otros descubren lo mismo. Los primeros son católicos y los otros luteranos.
Todos tienen las mismas experiencias sublimes, pero también, tanto los unos como los otros, cometen el mismo error: No saben discernir lo que es de Dios y lo que es del César. Al ver que Dios les acompaña, piensan: “Mis criterios son los correctos, porque Dios los aprueba”.
No alcanzan a ver a Dios como Padre, sino que siguen viéndolo como juez. Piensan que Dios está con ellos por lo correcto de sus criterios, y entonces imponen estos criterios a todos los demás diciendo que “vienen de Dios”, y concluyen: “ hemos formado la verdadera iglesia de Cristo”.
Unos y otros, luteranos y católicos, viven las mismas experiencias, sienten las mismas cosas y cometen los mismos errores. Cada uno dice: “Yo estoy en la verdad y el otro está equivocado”. Dios dice: “Todos están equivocados en la medida en la que no están unidos”.

El Espíritu Santo estará con ellos durante un tiempo, hasta que estos criterios formen una costra tan dura e impermeable, que ya el Espíritu no pueda penetrar. Entonces estas comunidades se volverán moralistas, con normas estereotipadas que conducirán a los hombres al vacío espiritual.
¿Qué es lo que Dios está esperando de ellos? ¿Para qué les da su Espíritu Santo? Para que se reconozcan unos a otros como hermanos, para que se amen, porque están sostenidos por el mismo Dios y con el mismo Amor.
Pero se miran unos a otros con recelo, porque sus criterios no coinciden, porque sus métodos, sus dogmas, sus consignas son distintos. No pueden comprender que en la medida en la que no están unidos, están condenados a morir.

Confunden el trigo con la cizaña: la obediencia con la sumisión.
Yo me lleno del Amor de Dios, y entonces amo a todos mis hermanos. Por ese Amor, nunca intentaré destruir, me acomodaré a ellos y los acompañaré intentando más bien adaptarme de manera que yo siempre sea un impulso hacia Dios, y no un freno que les impida descubrirle. De esta manera el Amor lleva a la obediencia.
Pero ellos no quieren un hombre obediente, sino un hombre sumiso, esto es: Un hombre que acepte sus criterios humanos como si fueran palabra de Dios.