KYRIE ELEISON

     

aprisco

   

 

      E

libro 2 - capítulo 03


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  Yo sólo tengo un Señor: Jesucristo. Cuando los hombres se ponen unos por encima de los otros, el Espíritu Santo abandona al que se impone, porque se está apropiando de un papel que no le corresponde, y al que se subyuga, porque está aceptando a un amo que no es el Señor.
La mayoría de esos hombres que se consideran a sí mismos iluminados y capaces de conducir a los demás, no conocen del mensaje cristiano más que la punta del iceberg. En lo profundo se esconde una sabiduría que les disuadiría de su empeño.

Es necesario distinguir entre ser pastor de las ovejas de otro, y tomar estas ovejas como propias. Cristo no le dijo a Pedro “forma tu rebaño”, sino “apacienta mis ovejas”.
¿Dónde termina la misión del pastor y dónde comienza la del dueño?
Apacentar es congregar y alimentar, no es trasquilar ni violentar.
Si los elegidos por Cristo están dispersos por el mundo, ¿qué clase de pastor es ése que acoge a unos y rechaza a otros? Si las ovejas del Señor tienen criterios diferentes a los del pastor, ¿quién es él para rechazarlas? Dios las ha elegido para formar parte de su rebaño: el pastor deberá limitarse a intentar agruparlas, pues ésa, y no otra, es su misión.

Cuando los hombres tienen una misma manera de pensar, se agrupan. ¿Qué hay de extraordinario en eso?
Pero cuando los hombres, pensando de manera diferente y con criterios opuestos, pueden amarse y sentirse como hermanos, entonces sí ha ocurrido algo especial.
Los pastores pretenden agrupar el rebaño uniformando la forma de pensar, y habiendo reunión, no hay comunión.
La reunión en la uniformidad de criterios le pertenece al César, la comunión en el Amor le pertenece a Dios.

Si los hermanos de las distintas comunidades cristianas han asumido unos mismos criterios impuestos por sus pastores y catequistas, ¿qué hay de divino en el hecho de que estén juntos?
Cantan los mismos cantos, celebran todo de igual manera, alaban y censuran las mismas cosas. Entraron buscando a Dios pero, junto con el trigo, se les dio también cizaña.
¿Dónde están esas comunidades católicas parroquiales capaces de reconocer en un luterano o en un ortodoxo un hermano en Cristo de la misma talla que todos los demás?
No es un problema de los interesados por el ecumenismo, es problema de toda la iglesia. Cuando este milagro ocurra, ya estaremos contemplando la auténtica gloria de Dios dentro de nuestra iglesia.

Cada hombre, cada grupo, cada iglesia, piensa que puede alcanzar la comunión con Dios independientemente de todo lo que le rodea. Pero el Espíritu que ilumina a cada hombre o grupo lo hace también en función de la realidad externa a él.
Esto me dice Dios de manera absolutamente inequívoca, y lo quiero proclamar con mucha fuerza: Mientras la Luz del Espíritu Santo ilumine a hombres que no están en comunión entre ellos por medio del Amor, ninguno podrá lograr la plenitud en Dios.
El Espíritu Santo es la Unidad suprema, y no puede dividirse lo que es esencialmente Uno en sí mismo. Las iglesias cristianas jamás lograrán una verdadera purificación en tanto que no estén unidas. Es imposible, porque Dios no se puede negar a sí mismo.
Sólo cuando estén unidas tendrá sentido escribir el nombre de “iglesia” con mayúscula.
Por eso, el que no trabaje por la unión, no recoge sino que desparrama, no está con Cristo sino contra Él.

No se trata de alcanzar una unión mediante un acuerdo entre los jerarcas en materia de dogma, sino de la toma de conciencia de todo el pueblo de que todos nosotros, protestantes, ortodoxos y católicos, pertenecemos al mismo y único cuerpo místico de Cristo.