KYRIE ELEISON

     

eucaristía

   

 

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capítulo 14

LA SANTIDAD Y EL PECADO


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  Nada que un hombre ansíe en lo profundo de su corazón puede ser contrario a la voluntad de Dios. Nada.
Los deseos, los impulsos, los anhelos, todos proceden de Dios, Él los pone en nuestro interior. Mas todos ellos deberán ser purificados, limpiados de la suciedad mundana para que encuentren plena satisfacción.

Si acallamos el deseo matamos el impulso de Dios en nosotros. No se trata de acallarlo sino de limpiarlo: ¿Cómo purificarlo para que Dios mismo lo satisfaga? Poniéndolo en manos de Él.
La humildad que mata el afán del hombre por alcanzar a Dios, es una humildad destructiva y, por lo tanto, falsa.
El hombre que diga: "soy un pecador infame", y se pase la vida con la cabeza gacha en un derroche de humildad, ése no es un verdadero cristiano.

Yo sé que soy un pecador, y también sé que Dios está en mí. ¿Por cuál de mis dos realidades voy a optar? ¿con cuál de ellas me identificaré?
Optaré por la divina, mas no por eso me oculto de mi realidad humana, ni la desprecio ni la excluyo: Es precisamente mi realidad humana la que hace posible que yo pueda proclamar con fuerza: "El Padre y yo somos Uno por medio de Jesucristo".

El pecado deja de ser un lastre, ya pierde su realidad pecaminosa, porque no es signo de separación de Dios, sino de cercanía.
Por eso, el que se haya identificado plenamente con el Amor, ya no peca, aunque siga cometiendo errores.