KYRIE ELEISON

     

eucaristía

   

 

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capítulo 16

LA SANTIDAD Y EL PECADO


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  Pero aquél que ante el pecado diga: "no soy yo, es el diablo", y se deje zarandear por él sin sentirse culpable de nada, ése no busca sinceramente la pureza, y ése es el peor de los pecadores porque blasfema contra la Verdad de su interior: acepta el pecado que viene del Mal y rechaza el sentimiento de culpa que viene de Dios.

El hombre que se pone incondicionalmente en manos de Dios, nunca caerá en lo hondo el pecado.
El Mal puede rozarle, puede herirle, puede hacerle tambalear, pero jamás podrá derribarle.
"No puedo evitar que negros cuervos revoloteen sobre mi cabeza, pero sí puedo evitar que se posen sobre mí".
Porque Cristo, con su muerte, ya ha vencido al Mal.

El hombre que lucha con fuerza y perseverancia por encontrarse con Dios, ése no deberá sentirse nunca culpable, porque ése hombre no peca.
Su debilidad es injustamente aprovechada por el diablo para arremeter contra Dios intentando derribar a sus hijos.

Ésta es la verdadera santidad, a la que además todo hombre sin excepción puede optar, porque todo hombre está llamado a ella.
No se trata de hacerlo todo bien, de vivir en una nube de sentimientos piadosos. Se trata de vencer al pecado en el impulso hacia Dios, no en el aferramiento a unas actitudes piadosas.

¿Instalarse en el mundo junto con la pureza? ¡Imposible! El que se instala en el mundo, aun sin desobedecer ninguna ley, ya está pecando, porque intenta atraer a Dios hacia abajo, en lugar de impulsarse él, junto con lo que le rodea, hacia arriba.