KYRIE ELEISON

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fuera de la ley

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sobre la palabra humana y la Palabra divina

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La palabra, en el sentido humano, es el conjunto sonidos o de signos fonéticos que sirven para representar una idea. La palabra humana, en si misma, es algo estático que se deja manipular por el uso, que intenta acomodarse al contexto, y que, siempre maltratada, no puede otra cosa sino intentar servir de puente en el entendimiento de algo que siempre está por encima de ella.
Sin embargo, la Palabra, en el sentido divino, es el impulso, es la intención. La Palabra divina no se deja manipular, no se somete al hombre, al contrario, es capaz de mover las ideas, de desbaratarlas y reconstruirlas.

“Al principio era la Palabra.”
Las cosas no pueden ser si no existe una intención para que sean, y toda intención lleva implícito un movimiento y un sentido.
Ese cosmos puramente material, que estúpidamente obedece a unas leyes que no tienen ningún objeto sino el de forzar todos los procesos universales llevándolos dentro de los mismos límites para obtener los mismos resultados; ese cosmos sin intención consciente, sin amores ni proyectos, ese cosmos no existe sino en la mente de los científicos materialistas, que, como es costumbre entre los humanos, han conseguido cerrar la coherencia de sus teorías suprimiendo y negando todo aquello que se les opone.

El universo entero tiene una intención, hay un proyecto, una búsqueda. Nada es absolutamente inerte, porque, si lo fuera, en ese preciso instante dejaría de existir.
No existe movimiento sin esperanza, y aun en los ciclos que se cierran una y otra vez sobre sí mismos hay ilusión renovada y desplazamiento real.
El verdadero sabio no es el que conoce esas supuestas leyes que manipulan una masa material estúpida. Eso no es verdadera sabiduría, es sólo una pretensión de poder sin límites, una exaltación perturbada de la inteligencia humana que pretende imponerle a las cosas el sentido que al hombre le conviene, pero que en realidad no tienen.
Sin embargo, el verdadero sabio es el hombre humilde que descubre en su corazón la intención de cada acontecimiento que observa.
Todo anhelo deja un trazo. El verdadero sabio no es el que desentraña el trazo sino el que es capaz de vivir y sentir el anhelo de todo lo que existe.