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05/06/2006

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El pueblo judío esperaba en un dios que le diera prosperidad material, que aniquilara a todos sus enemigos y que le hiciera el pueblo más poderoso de la tierra: un imperio judío invulnerable. Éste no es un anhelo trascendente sino rastrero, es el mismo anhelo de todos los paganos. La Biblia describe con mucha fidelidad todo este derroche de vulgaridad, donde se pone en boca de ese dios la orden de ejecutar a seres humanos sólo porque se han interpuesto en el camino de un pueblo que quiere una tierra que no es suya, y que, en el nombre de ese dios, se la quita a sus propietarios legítimos. Exactamente lo mismo que hace actualmente el pueblo judío con los palestinos.

Sin embargo, por entre las grietas de toda esta historia vulgar, se cuela una Luz verdadera, sobre todo por boca de los profetas y de los salmistas, donde aparece un Dios misericordioso, que se ocupa del huérfano, de la viuda y del extranjero, y que llama a todas las naciones de la tierra sin distinción de raza. El Dios Amor, el único Dios verdadero, aun no se le conoce en el antiguo testamento, pero se deja oír su voz. Ni más ni menos de lo que se deja oír en otros libros sagrados de otras religiones. Pero no fue la verdad de sus creencias lo que motivó que la salvación llegara por los judíos, sino la incansable espera en una promesa, en un Mesías, un Rey de Justicia eterna.

Las iglesias católicas, mientras gocen de estabilidad económica, no escucharán a sus profetas. Una sordera crónica que sólo la podría curar el derrumbamiento inminente de sus pilares: economía y poder, que son las dos columnas opuestas al mensaje cristiano. Mientras tanto se entretienen en enunciar verdades absolutas y leyes morales inapelables, y observan impávidos cómo los fieles abandonan sus iglesias por puro aburrimiento, por la patética ausencia del Espíritu en sus asambleas.
Todos los imperios sucumben, y el imperio católico-romano no será una excepción, también se vendrá abajo con su emperador y su senado.

Muchas iglesias evangélicas han identificado de tal manera la prosperidad en el mundo con las bendiciones de Dios, que ya no saben distinguir entre los dos opuestos: El dios dinero y el Dios Amor. Y cuando no existe discernimiento que permita separar lo mezquino de lo trascendente, entonces vemos a un pueblo de necios detrás de Jesús intentando arrancarle milagros y prodigios que les haga más confortable su estancia en este mundo, y totalmente sordos a la Palabra de Vida eterna. Sanación, prosperidad, acomodo: el mismo paganismo que practicaba el pueblo judío, el que vio llegar a su Mesías y no lo reconoció, sino que lo condenó a muerte.

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