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09/06/2006

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texto 3

Con frecuencia se compara la vida con un barco.
El barco no se puede dividir, sino que todos los pasajeros habrán de alcanzar el mismo puerto. Tampoco la humanidad se puede fraccionar. Justos e injustos, todos han de viajar juntos para arribar igualmente juntos a una la realidad espiritual expuesta, sin los biombos materiales que ahora les protegen.
Allí se separará el trigo de la cizaña: El trigo de cada hombre y la cizaña de ese mismo hombre. ¿Quién no es justo e injusto al mismo tiempo?

Unos viajan en camarotes de lujo, otros con cierto acomodo, otros viajan amontonados en la bodega, continuamente amenazados por ratas hambrientas.
El cristiano no es aquél al que Dios le ha buscado un camarote acomodado, él no tiene ningún interés por el camarote. El cristiano es el que primero baja a las bodegas del barco para atender a los desfavorecidos en el viaje. Es el que vigila el rumbo del barco para que no navegue a la deriva, el que grita y denuncia al timonel, y el que, en tiempo de tormenta, sale a cubierta por si alguien se ve en algún apuro.

Hay hombres que viven acomodados en una situación material holgada y no tienen ninguna creencia, y otros que tienen muchas creencias y viven igualmente acomodados. ¿Quiénes son los buenos y quiénes los malos? Los buenos son los que no tienen creencias, porque no están traicionando ningún principio interior. Los malos son los que, teniendo creencias, no son capaces de abandonar su acomodo y emprender el Camino de la perfección en la entrega desinteresada a los demás.
Fríos o calientes son aceptables, pero a los tibios el Cristo los vomita lejos de sí.

Ese dios que escruta las mentes de los hombres para conocer sus ideas y así formarse un juicio de cada uno de ellos, ese dios es un fraude. En el símil del viaje en barco, el hombre acomodado en su camarote que vive despreocupado pensando que ya está salvo porque Jesucristo murió por él, ese hombre es un pobre iluso, engañado por los gandules y vividores que han querido hacer del mensaje cristiano una eficaz ideología, muy útil para evitar que las gentes se levanten en contra de las injusticias y los abusos de los poderosos. Este mensaje tergiversado es el opio del pueblo.

El Cristo borra del hombre sus sentimientos de culpa para que pueda luchar con todas sus fuerzas. El Cristo sana el cuerpo y el espíritu del ser humano para lanzarlo a una entrega mucho más desinteresada. El Cristo da su Paz al hombre para que no zozobre en épocas de tormenta. El Cristo hace el yugo suave y la carga ligera para que el ser humano pueda caminar durante más tiempo sin agotar sus fuerzas y sin perder la alegría en el ánimo. Pero el que diga ser cristiano y se cruce de brazos esperando que la salvación venga a él sólo por sus creencias, ése es peor que el que no tiene creencias.

El que vive dejándose sostener y alimentar por una situación institucionalizada, ése no tiene fe. Puede tener creencias, pero eso no es ni tiene nada que ver con la fe.
La fe es la que hace que el hombre busque, se rebele contra todos los moldes establecidos y suba a la montaña más alta del Espíritu para ver la Luz por él mismo. No porque otros le digan cómo es, sino por él mismo. La fe es la que obliga a perseverar en la búsqueda aunque no exista ningún indicio de éxito. La fe es la que permite que el hombre vea la Cruz, y voluntariamente se abrace a ella.

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