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10/09/2006

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texto 9

Una piedra de sal es visible y dura. Cuando se sumerge en el agua se disuelve y desaparece. Ya la sal no es visible ni dura, pero el agua ha cambiado de sabor. Si introducimos en el agua una piedra pero esta piedra no se disuelve ni el agua cambia de sabor, esto significa que la piedra no era de sal.

Esa piedra dura y visible, que es la cúpula de la iglesia romana, que no se disuelve en el mundo, sino que permanece compacta y haciendo alarde de poder, esa piedra no es de sal. Se opone al mundo pero no lo cambia. No se corresponde ni remotamente con la frase de Jesús: “vosotros sois la sal de la tierra.”
Esos hombres que cumplen ritos y observan leyes morales, pero que no son capaces de transformar el entorno en el que se mueven, ésos no están hechos de la sal de Cristo. Asisten a misa, rezan el rosario, dan limosna, son prudentes e intentan vivir dentro de unos preceptos morales. Tal vez sean buenas personas, pero no son cristianos.

La iglesia romana ha fabricado una ideología compacta pero llena de fantasías y de contradicciones, la ha puesto en boca de Dios, y se pavonea ante el mundo diciendo que ella es la verdadera y única representante de Cristo en la tierra. Cuando las gentes la observan, encaramada en su altura de poder y dictando normas morales pero sin deshacerse a favor de los que sufren, dicen: “Si Cristo es el que ha erigido esa institución, nosotros no tenemos nada que ver con ese Cristo.”

Las tentaciones de Jesús en el desierto, según los relatos bíblicos, se pueden resumir en una sola idea: “Haz uso del poder de Dios para hacerte fuerte en el mundo.” Estas tentaciones que Jesús rechazó, son sin embargo las tentaciones en las que la iglesia romana ha caído de cabeza, convirtiéndose en la gran traidora de la causa de Cristo. Ninguna doctrina ha alejado de Dios a tantos hombres como la de iglesia romana, porque el testimonio que da es exactamente el opuesto al de Cristo.

Cada ser humano, por separado, merece toda misericordia y comprensión. Dentro de la iglesia romana hay hombres que han entregado y siguen entregando su vida en beneficio de los demás: Papas, obispos, curas y seglares. No hay ninguna denuncia contra ellos, todo lo contrario. Pero cuando una institución reclama misericordia y compasión, y al tiempo se erige a sí misma como la máxima autoridad espiritual del mundo, eso es que ha perdido su verdadera función social, su razón de ser administrativa, y se ha divinizado.

Los mensajes subliminales tienen más fuerza que la propia doctrina explícita. Si dicen que la iglesia romana es madre, y el símbolo de la madre por excelencia es María, y María es la “madre de Dios”, eso, por mucho que se quiera matizar doctrinalmente, en una mente sana y sencilla significa que María es tanto o más que Dios, y que, consecuentemente, la iglesia no depende de Dios, sino que es Dios el que depende de la iglesia. La coherencia de la doctrina romana se mantiene mediante argumentos difusos, llenos de posturas paternalistas, pero el mensaje subliminal es claro y punzante.

En una fortificación están encerrados los agricultores de la comarca. Los campos se secan, se llenan de zarzas y malezas, el ganado se muere porque no tiene nada para comer. ¿Qué es lo más honesto? ¿Buscar otros agricultores que cultiven el campo o intentar liberar a los verdaderos dueños de las tierras? La sal y la levadura está almacenada en los sótanos de la fortificación, y los alguaciles ponen centinelas sobre las murallas para preservarla de cualquier incursión de los que ellos llaman “enemigos”.

En el mundo las gentes buscan una autoridad espiritual convincente para adherirse a ella. Porque un hombre sin horizonte es como un reino sin rey: El más insensible, el que tenga menos escrúpulos, ése conseguirá hacerse con el mando. Cuando los ideales nobles pierden autoridad dentro del ser humano, los instintos primitivos suben al trono fácilmente, y ese hombre se convierte en un esclavo de sus pasiones.

¿Dónde están la sal y la levadura capaces de dar sentido a la sed de Espíritu en el mundo? Están almacenadas en los sótanos de una fortificación. ¿Dónde están los agricultores que trabajen en el campo, hombres de fe que se disuelvan en el mundo para hacer prevalecer la Justicia por encima de los intereses imperialistas de las naciones? ¿Dónde están los dirigentes eclesiales que derriben los muros que separan los países ricos de los pobres situándose del lado de los desfavorecidos de la tierra?
Cuando el Reino de Cristo cambia su nombre por el de “iglesia romana”, es que ha habido una usurpación de poder, una grave traición a la causa del Rey.

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