inicio

temas Palabra salmos de oriente ecumenismo advertencias

TEMAS

anterior

22/08/2007

siguiente

iglesias

texto 12

Cuando las palabras tienen fuerza porque existe un testimonio que las respalda, entonces los hombres que luchan en la dirección de la Verdad no se preocupan de mirar hacia atrás para observar si les siguen o no les siguen. Un testimonio verdadero tiene fuerza por sí mismo, arrastra a los hombres aun sin proponérselo. Los frutos inmediatos no son importantes, pues los testigos no intentan convencer a nadie de lo que hacen, les basta con ser fieles a sí mismos y a la Verdad que permanece firme en su interior.

Pero cuando no existe testimonio alguno, sino sólo palabras bien enlazadas, sucede como en la política: Se hacen necesarias las técnicas de persuasión. La iglesia romana no convence con su dialéctica vacua, de palabras huecas y de frías normas, por eso necesita infiltrarse en los colegios para mentalizar a los niños inculcándole todo un conjunto de ideas que es absolutamente inaceptable para una persona que se deje guiar por el sentido común. Toda una mitología desgajada por completo de la realidad.

La Virgen, ese extraño personaje entre diosa y mujer, los santos milagreros, la transubstanciación, y, sobre todo, la idea de que existe una cúpula de hombres que, por un supuesto designio de Jesús, están capacitados para abrirles o cerrarles a los hombres las puertas a una Vida eterna. De esta manera anulan la personalidad de los fieles asustándolos con el castigo de una condenación eterna. Para ellos, ser cristiano practicante se limita a la asistencia a unos ritos y al sometimiento a la autoridad.

La cúpula de la iglesia romana siente un profundo desprecio hacia los fieles más sencillos. Los manipulan como a un ganado de borregos, a los que asustan cuando intentan expresarse fuera de los cánones institucionales, y les sonríen con paternalismo insolente cuando se someten a ellos renunciando a la libertad y a la dignidad que tienen por derecho, como seres humanos libres amados por Dios. En cambio esta cúpula se deshace en reverencias y atenciones con los ricos y los poderosos de las naciones.

La cúpula de la iglesia romana, que no es herencia de la misión asignada a Pedro por Jesús ni de las primeras comunidades cristianas sino de Constantino y de su imperio despótico, tiene retenidos todos sus pecados. Retenidos por los miles y miles de verdaderos cristianos que, a lo largo de la historia, se vieron impedidos, aplastados y hasta condenados por dar verdadero testimonio de Amor al margen de los cánones de los déspotas que no consienten que Cristo se exprese fuera del control institucional

Los que supuestamente, y según ellos mismos, abren o cierran las puertas del Reino, serán juzgados por los más sencillos, por ese pueblo llano al que ellos desprecian, y no se les pasará por alto ni el más mínimo desliz, pues con la misma medida con la que juzgaron a los hombres de buena fe que lucharon por un encuentro más puro, más pleno, más genuino con la Verdad y el Amor, con esa misma medida serán juzgados. Desde Constantino, pasando por la inquisición, la reforma, y hasta nuestros días.

Si la iglesia romana se decidiera a remediar su sordera voluntaria e interesada y escuchara la voz de su propia iglesia en sus fieles, cientos y cientos de hombres verían a Cristo y se unirían. Si la iglesia romana comenzara a vender sus propiedades en el mundo, cuyo valor es incalculable y escandaloso, y explícitamente las pusiera a favor de los más pobres, miles de hombres verían y se convertirían. Si la cúpula romana echara abajo ese blasfemo vaticano, millones y millones de hombres verían a Cristo y creerían.

Como una gran hembra que se recuesta en su diván y lanza miradas seductoras a los hombres, a los que desprecia. Como una gran hembra que exige amor pero que es incapaz de amar, que pide entrega sin ninguna intención de entregarse ella misma a ninguno de sus pretendientes. Como una gran hembra que fornica en la oscuridad con los ricos y poderosos a cambio de riqueza y de poder, pero que a la luz se muestra como la más pura mujer, de dulce sonrisa e ingenua mirada, de voz aterciopelada y candorosa.

El pueblo católico tiene derecho a una dignidad que le ha sido negada. El pueblo católico no es un rebaño de borregos sometidos a unas jerarquías, sino que es una parte muy importante del rebaño de ovejas de Jesucristo. El pueblo, con sus curas y pastores, son los legítimos propietarios de las iglesias parroquiales, pues el Espíritu está en ellos. Ellos, los sencillos, son la parte más excelsa de la Iglesia, son los que atan y desatan con el beneplácito de Dios, son los que perdonan y retienen los pecados en el mundo.

anterior

22/08/2007

siguiente