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Los que tienen hambre y sed, los que nunca se han sentido amados, los que sufren persecuciones a causa de luchar por la Justicia: Ése es el pueblo elegido por Dios.
Un mundo solidario, donde cada ser humano sea importante para el resto, donde la mayor alegría sea que nadie padezca ningún sufrimiento que pueda ser evitado por los demás: Ésa es la tierra prometida.
El pueblo elegido no es una raza que sólo se mira a sí misma, que sólo se reproduce dentro de sí misma, y que sólo busca su supremacía en relación con el resto de la humanidad. Ese dios, llamado Yahveh, que manda exterminar pueblos enteros matando ancianos mujeres y niños, ese dios no es mi Dios, ese dios no es mi Padre. Y no se trata de una antigua historia bíblica: Ese dios, con su pueblo, sigue matando.
La tierra prometida no es una tierra donde haya que matar a unos para poner a otros. ¿Qué clase de dios es ése que permite la muerte de inocentes para que unos intrusos tomen posesión de lo que no les pertenece? Un dios caprichoso, con favoritismos; un dios sectario, que primero crea vida igual para todos, y luego arbitrariamente aplasta a unos en favor de otros. Con un dios así, la humanidad está en grave peligro.
El único profeta con pleno derecho a denunciar es el que nace el seno de la injusticia. El pueblo judío esperaba un Rey, y le fue dado, pero no le fue dado por el dios al que ellos adoraban, sino por el Dios al que ellos no conocían. Y por eso le mataron.
Si el pueblo judío echa la vista atrás, a la historia, no encontrará mayor traidor a su causa que Jesucristo: Por eso la salvación viene a través de los judíos.
Muchos libros de la Biblia encierran una gran sabiduría. Y muchos libros de otras religiones encierran una gran sabiduría. Y muchos libros ajenos a todo planteamiento religioso, pero escritos con verdadera honestidad y con amor al Amor, encierran una gran sabiduría. La idolatría a la Biblia obedece al intento humano de atrapar toda la sabiduría divina en un libro, para no tomarse la molestia de ir a buscar a Dios.
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