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18/11/2007

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la Biblia

texto 12

Hay hombres sanos, sin problemas que les turben, que sin embargo están muertos. Buscan la manera de consumir el tiempo sin que tiempo les consuma a ellos. Pero el tiempo es inexorable y les lleva a la tumba. Su paso por la vida es una estela oscura.
Hay por el contrario hombres enfermos, rodeados de problemas graves, que sin embargo están vivos. Aprovechan cada instante de vida para realizar obras y obtener fruto de ellas. Éstos, que desbordan alegría, dejan impresa en el universo una estela luminosa.

No es el cuerpo material el que decide el impulso del ser humano, ni mucho menos puede elegir la inteligencia o la voluntad. Lo que da vida al cuerpo es el espíritu, y en él está la fuerza de la vida o la apatía, independientemente de las circunstancias materiales.
Hay hombres eruditos, cultos, instruidos, pero que no pueden resolver un sencillo problema familiar que sin embargo otros, que nada han estudiado, lo resuelven sin dificultad. La lucidez tampoco la dan los conocimientos adquiridos, sino el espíritu.

Un cuerpo sano, una mente bien ordenada, permiten la expresión del espíritu, pero el cuerpo y la mente no pueden suscitar a voluntad ni la alegría, ni la esperanza, ni la vida, ni el amor, ni pueden ver ni comprender con clara conciencia de lo que están haciendo.
Los seres humanos son lo que no saben que son, porque están tan preocupados por lo material, por su cuerpo y por su mente, que ignoran por completo la acción del espíritu que les lleva a sentir y a comprender, pero que también les insensibiliza y les idiotiza.

Fuerzas espirituales mueven a los seres humanos llevándolos a actuar. Siempre los lleva en ganado, ya sea a la revolución y a la guerra, ya sea a consolidar la estabilidad de una nación. Son las fuerzas espirituales la que configuran lo material, nunca al contrario.
Por eso ellos resuenan y actúan conjuntamente. No porque tengan unos mismos criterios estudiados y comprendidos desde la razón, sino porque están impulsados por la misma fuerza espiritual. Los criterios son la consecuencia, no la causa de la acción humana.

Jesucristo no recomendó que escribieran sus palabras y su testimonio en libros que engrosaran la Biblia para que sus enseñanzas pudiesen ser recordadas. Sino que dijo: “Yo os enviaré al Espíritu de la Verdad y Él os recordará todo lo que os he dicho.” 
Como la medicina cura el cuerpo y estudio ordena la mente, así la Biblia puede servir como un detonante para que los hombres abran la mente y tomen conciencia de la acción del Espíritu del Cristo. Pero la Verdad está en el Espíritu, no está en la Biblia.

El Espíritu de la Verdad no es una fuerza esotérica a la que sólo se puede acceder en determinadas circunstancias, actitudes o condiciones previas del ser humano. El Espíritu de la Verdad está tan cerca de cada hombre como lo están la alegría, la tristeza, el amor.
Es el hombre el que opta por dejarse inundar por una fuerza espiritual u otra siempre que tenga conciencia de que no es ni su cultura, ni su inteligencia, ni su voluntad las que le impulsan a una determinada acción, sino que es la fuerza espiritual que haya asumido.

El Espíritu no puede inundar al que viva pendiente de su vida material. Los que luchan por su prestigio social y por su bienestar económico, ésos oyen hablar del Espíritu e imaginan fantasías. Están sometidos por una fuerza espiritual que les ciega, les idiotiza.
El Espíritu sólo puede inundar a los que han sido capaces de salir fuera de sí mismos y luchar por un Reino de Amor, fuera de todos los sistemas institucionales, y por una verdadera Justicia que no esté supeditada a las leyes humanas que encubren injusticias.

Los que estudian la Biblia pero no se deshacen de sí mismos ni se enfrentan al mundo, ésos habrán llenado su mente de hermosas ideas y su corazón de hermosos sentimientos, pero, con su mente y su corazón llenos de ideas y sentimientos, morirán sin ver a Dios.
Los que no se detienen tanto en el estudio de la Biblia pero son capaces de mirar al mundo con la misma mirada de Dios, esos conocerán a Dios dentro de ellos mismos, y poseerán una sabiduría mucho más elevada que toda la que la Biblia pueda encerrar.

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