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18/06/2006

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el Reino

texto 4

Cuando los hombres se instalan en la pradera, se miran unos a otros, hacen distinciones y toman partido en razón a sus afinidades. A medida que la sociedad se engrana dentro de sí misma, aumenta la desconfianza. Las familias se cierran y compiten unas con otras. Se forman linajes y castas superiores e inferiores, y las gentes emplean su tiempo en conseguir que su estirpe se enriquezca por encima de las demás, y ocupe los puestos más importantes en el mandato social.
Aquí, en el acomodo de la pradera, es donde se manifiesta la bajeza del ser humano, su egoísmo y su mezquindad. Tanto más elevados sean los puestos de poder, tanta mayor putrefacción podrá verse y olerse.

Pero cuando los hombres no se instalan en la pradera sino que buscan la cima de la montaña, entonces ya no se miran unos a otros, sino que todos miran hacia el mismo objetivo. El camino es difícil y existen muchos peligros, el alimento escasea, no tiene ningún sentido detenerse para hacer distinciones entre las personas: El que está a mi lado, ése es mi hermano. Todos los hombres caminan juntos.
Aquí, en el camino hacia lo elevado de la montaña, el ser humano muestra su nobleza. En los peligros del abismo brota la solidaridad. En la escasez de recursos se forja la dignidad del hombre. La renuncia al acomodo y los ideales elevados hacen brotar del interior del ser humano todos los valores nobles y eternos.

Cuando las iglesias cristianas se instalan en el mundo, se miran unas a otras, hacen distinciones entre ellas, y se alían por sus afinidades mientras que excluyen y condenan a las demás. Cada una se cierra y acota su territorio con la frase estereotipada y absolutamente falsa: “Nosotros somos la única iglesia instaurada por Cristo.”
Compiten unas con otras para captar más prosélitos que las demás, y se jactan de su superioridad diciendo: “Nosotros descendemos por línea directa de los primeros apóstoles.” Buscan el reconocimiento social pretendiendo situaciones de privilegio mediante la amistad con los poderes políticos y sociales. La putrefacción de las iglesias divididas que compiten entre ellas puede verse y olerse a gran distancia.

Dijo Jesucristo: “Llegará el día en el que no se adorará a Dios en este monte ni en aquél otro, sino en Espíritu y en Verdad.” Ese día ya ha llegado. Los hombres de buena voluntad que sientan en su corazón la necesidad de luchar por la presencia de unos valores de solidaridad y de dignidad humana, ésos ya no tienen que soportar el mal olor de ninguna institución religiosa que se llame a sí misma “cristiana”.
El Reino está en la cima de la montaña del Espíritu. El que sea capaz de verlo, que renuncie al acomodo de la pradera y que se ponga en camino. El que entregue su vida por Amor nunca quedará defraudado, sino que siempre resucitará en una realidad espiritual más elevada. Esta es la única y verdadera enseñanza del Cristo.

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