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En las iglesias se busca la bondad, en el Reino se busca la santidad. La bondad es un estado de pureza que no implica ninguna acción. Pero la santidad no es un estado, sino un impulso de Amor. La verdadera santidad excluye cualquier actitud pasiva.
Las religiones y la mayoría de las formas de espiritualidad intentan instaurar la bondad en el mundo mediante doctrinas y procedimientos de purificación. Pero la bondad pertenece a lo eterno, a lo que hemos querido llamar Cielo, no pertenece al mundo ni puede ser insertada en él a la fuerza. El Cielo y el mundo tienen naturalezas diferentes.
El mensaje de Cristo no es una doctrina ni unos procedimientos de purificación más eficaces que los de otras religiones, ni más conformes con unas supuestas leyes divinas. Cristo no pretende instaurar la bondad en el mundo, sino la santidad, esto es, la acción que rompe todo esquema estático de bondad y proyecta al ser hacia una realidad espiritual. Esta proyección es la que de verdad puede limpiar al ser humano, no mediante sacrificios, ni castigos, ni leyes que el hombre se imponga a sí mismo, sino en un acto de entrega a los demás. Un acto de Amor y de renuncia a la propia vida.
La bondad insertada en el mundo a la fuerza se convierte en semilla de corrupción. Es intentar hacer de la tierra un Cielo, forzar lo material a que tenga apariencia espiritual, obligar a esquemas estáticos a que den frutos similares a los que da el puro movimiento.
Muchos de los miembros de las iglesias intentan honestamente llevar a todo el colectivo por el Camino verdadero, y observan con desánimo que los frutos no son los que merecería el esfuerzo. Cuando las leyes son más importantes que el Amor, esto es signo de que se está intentando instaurar la bondad. El resultado siempre será la corrupción.
La religiosidad no cristiana se reconoce inequívocamente en el intento de definir con la máxima precisión los principios y las normas morales del colectivo religioso. Es crear una estructura sólida donde todo lo que quede dentro obedezca a unos principios morales que se correspondan con las supuestas leyes divinas. Cuando el hombre se hunde en el mundo aparece el juicio, y, por lo tanto, la moral. Cuando el hombre sale del mundo en un impulso de Amor ya no hay juicio ni moral, entonces ya no se está hablando de religión, sino de cristianismo; no de iglesias, sino del Reino.
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