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09/07/2006

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el Reino

texto 8

Una nueva alianza, en la que Dios no necesita que el pueblo edifique una torre para acercarse al cielo, porque Él mismo ha bajado hasta lo más llano de la tierra.
La antigua alianza: La torre que se levanta piedra sobre piedra, rito sobre rito, leyes que se superponen, sacrificios que nunca bastan para enternecer el corazón divino, doctrinas que pretenden ser el cemento de una torre que, cuanto más alta se construye, más posibilidades tiene de derrumbarse.

Una nueva alianza, en la que los sacerdotes intermediarios entre Dios y los hombres sólo pueden ser signo de usurpación, porque el Cristo se ha encarnado en un hombre, hermano nuestro, así que Él ya está presente en la humanidad hasta el fin de los tiempos. La antigua alianza: Un puente en el que abundan los privilegios. En las puertas del puente aguardan los comerciantes: nadie tiene acceso a Dios si no es por los intermediarios. Un festín para los charlatanes.

Una nueva alianza, en la que no existe otro magisterio que el del Cristo. Ya no hay instructores que moldeen al pueblo según sus propios criterios morales. Ya no hay doctores que reciban honores, porque todos los honores son para el Cristo. Ya no hay maestros que deban ser reverenciados, pues el único magisterio válido es el magisterio del Cristo, que no necesita de intermediarios, porque el Espíritu de la Verdad ha sido derramado por toda la superficie de la tierra, en lo llano de lo más llano.

En la torre de la antigua alianza todos están divididos. Doctores contra doctores, instructores contra maestros, doctrinas contra tradiciones, iglesias que excomulgan a otras porque no soportan la presencia de Dios fuera de sus fronteras. Odio de hermano contra hermano, condenas de cristianos contra cristianos. Obra de usurpadores protagonistas, que dicen ser “maestros”, y que nunca quisieron aceptar al Cristo como único Maestro, único Instructor, único Doctor, verdadero Pastor sin intermediaros.

¿Quiénes son esos maestros que primero se encaraman en un armatoste institucional y luego, desde arriba, gritan pidiendo obediencia? Que bajen a lo más llano de lo llano, donde estamos nosotros, y que muestren su autoridad sin otro soporte que la presencia del Espíritu. Nosotros sólo tenemos oídos para el Cristo, el que se encarnó en Jesús, que siempre caminó a ras de tierra, que nunca se arropó en ningún círculo de poder, que nunca se encaramó por encima de los demás a otro sitio que a la Cruz.

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