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08/07/2007

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el Reino

texto 11

El que encuentra el Reino de Dios en su interior, inmediatamente desvía su mirada a todo lo que le rodea, entonces se siente impulsado a anunciarlo dando testimonio de entrega. El mundo tiene dos males que van juntos y no se pueden separar: La supremacía de la materia sobre el espíritu, y la tiranía de unos hombres sobre otros.

No son dos cosas separadas, sino que la injusticia social es el resultado del debilitamiento de la verdad interior inexpresable, que reside en el espíritu, y que se sostiene en la fe que no está articulada por creencias. La fe es la consistencia del ser, lo que le permite estar en el mundo sin fundirse en él, conservando la propia identidad.

La tiranía de unos hombres sobre otros tiene su origen en el sometimiento a las verdades exteriores, que son racionales y vienen impuestas por la cultura y por los hábitos sociales, y desatan la afectividad que lleva a las pasiones. Todo lo exterior es racional y, en consecuencia, es materia. La materia, cuando se adueña del espíritu, es despótica.

Ningún ser humano puede con su propio esfuerzo conseguir someter a la materia con el espíritu, porque nadie puede creer en algo tan consistente que resista a la disolución de todos los soportes racionales. En el mundo es imposible la supremacía del espíritu, por eso los seres humanos viven como títeres manipulables, fácilmente pierden su identidad.

El Reino de Dios, que Cristo vino a anunciar, no es la Justicia interior expresada en el cumplimiento de unas leyes divinas, ni la Justicia exterior basada en la solidaridad. El Reino de Dios es la capacidad del ser humano para someter a la materia racional con la autoridad el espíritu, y esto sólo es posible en Jesucristo, en el Espíritu de la Verdad.

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